La fidelidad es una de las más hermosas características del carácter cristiano; está a la misma altura que la honestidad, la pureza y la humildad. La fidelidad fue maravillosamente evidenciada por Cristo Jesús, puesto que nunca en toda la historia de la humanidad hubo alguien tan fiel como él a los preceptos que enseñó y a los amigos que amó. Justo antes de la Última Cena —según dice la narración de las Escrituras— “sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”, o "en grado sumo”. Y eso era exactamente lo que se podría haber esperado de aquel que comprendía tan completamente y reflejaba tan perfectamente el Principio divino, el Amor.
Cristo Jesús fue la personificación de todo lo honorable. Vale notar que en cada aspecto de su vida mostró completa obediencia al Decálogo, cuya ley él reconocía que era obligatoria para todos aquellos que aceptaban sus enseñanzas. Si bien dio al mundo sus dos grandes mandamientos de amor a Dios y amor al hombre, él mantuvo los Diez Mandamientos en toda su integridad, esforzándose por no borrar ni una sola sílaba de ellos. Fue fiel a la ley espiritual revelada en cada uno de sus detalles; y este hecho explica la sublimidad de su carácter en todo aspecto del mismo.
El Científico Cristiano, que es un seguidor del gran Nazareno, está profundamente consciente del valor de la fidelidad. Ha recibido de la Ciencia Cristiana el invalorable obsequio de la comprensión espiritual y sabe que para demostrar esa comprensión, aun en pequeño grado, debe ser fiel a ella. Por lo tanto, se esfuerza por aferrarse al conocimiento que tiene de Dios, de la ley de Dios y de la creación de Dios, el hombre. De manera que, como en el caso del mismo Mostrador del camino, trata de ser obediente a su más elevada comprensión espiritual.
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