El hombre vive por decreto divino. Dios lo creó, lo gobierna, sostiene y controla conforme a Su ley. Ley significa o implica una regla establecida y mantenida por el poder; es aquello que tiene permanencia y estabilidad, que es invariable, que no cede y es continuo; aquello que es lo “mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). La eficacia de una ley depende enteramente del poder que se encarga de que se cumpla. Una ley (así llamada) que no puede imponerse no es ley ni se relaciona de ninguna manera con la ley. Dios es el único creador, el único legislador. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Todo poder, acción, inteligencia, vida y gobierno en el universo pertenecen a Dios y siempre Le han pertenecido. Él es el Gobernante Supremo y no comparte Su poder con nadie.
Pablo dijo: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Nosotros también sabemos que “la ley del Espíritu de vida” nos libera de “la ley del pecado y de la muerte”. ¿Por qué? Porque todo el poder que existe está en la ley de la Vida, y aquello que se opone a esta ley de la Vida no es ley en absoluto; es tan solo una creencia. En otras palabras, toda ley de Dios tiene el respaldo del poder infinito para hacer que se cumpla, mientras que la supuesta ley del pecado y de la muerte carece de fundamento, no tiene nada en qué apoyarse ni de qué depender.
Cuando declaramos con comprensión que la ley de Dios está presente y activa, invocamos o ponemos en acción toda la ley y el poder de Dios. Hemos declarado la verdad, la verdad de Dios, y esa verdad de Dios es la ley que aniquila, anula y elimina todo lo que sea desemejante a Él. Cuando declaramos esta verdad y la aplicamos, como enseña la Ciencia Cristiana, a cualquier creencia discordante que enfrentamos, hemos hecho todo lo que podemos hacer y todo lo que necesitamos hacer para eliminar cualquier manifestación del error que pretende existir. El error no tiene lugar en la Mente divina y pretende existir en el pensamiento humano. Cuando lo expulsamos del pensamiento humano, lo echamos fuera del único lugar en el que pretendía afianzarse, y a partir de allí queda para nosotros reducido a la nada.
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