Mi hermana y yo no nos llevábamos bien. Ella era desordenada y yo ordenada. No teníamos intereses en común y nos costaba relacionarnos. Parecía que lo único que hacíamos era discutir y pelear.
Un día, fui a buscar una falda que me quería poner, y la encontré hecha un bollo toda arrugada en el piso del armario. Mi hermana la había desechado después de usarla. Ni siquiera me había preguntado si podía usarla, y después, cuando finalmente la devolvió, ni se preocupó por colgarla. Para mí, que soy tan prolija, esto era más que ofensivo.
Furiosa, recogí la falda del piso y fui a usar la tabla de planchar en el sótano. Lloraba de frustración y enojo. No me gustaba mi hermana, pero lo peor era el sentimiento desconocido que sentía: Me di cuenta de que en ese momento yo tampoco me quería a mí misma ni mi forma de pensar.
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