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Compasión y consuelo que sana el dolor

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 27 de agosto de 2020


Cada uno de nosotros, en algún momento, ha tenido que brindar consuelo a un amigo que lucha o sufre. No existe un libro de reglas sobre qué decir o cómo reaccionar cuando alguien fallece. Pero todo aquel que alguna vez ha luchado con la tristeza o el dolor se ha preguntado: ¿Cómo puedo sentir y expresar más consuelo, alegría y compasión?

Hace varios años, mi hermano murió instantáneamente en un accidente automovilístico. Nadie planea cómo reaccionar ante la noticia de una tragedia semejante. Al pensar en lo ocurrido, recuerdo que mi primera reacción fue orar para comprender lo que había sucedido. Y hubo una respuesta inmediata a esa oración en la forma de lo que sentí como un abrazo mental. Fue como si el Amor divino, Dios, estuviera a mi lado, haciéndome saber que mi familia estaba envuelta en amor y que mi hermano también continuaba siendo amado y cuidado.

Pero pasaban los días y me resultaba difícil interactuar con los demás. Por muy bien intencionada que fuera su preocupación, casi podía sentir cómo el peso de su dolor y compasión me arrastraban. Algunas expresiones de solidaridad incluso parecían implicar que Dios había intervenido en la muerte de mi hermano o que su vida no había cumplido su propósito.

Por supuesto, esas sugerencias estaban motivadas por el amor, no obstante, me hacían sentir triste y confundida. Estos eran conceptos acerca de la vida como la define la materia, o de Dios como el causante de que sucedan cosas malas. No estaban en sintonía con lo que yo había aprendido sobre Dios en mi estudio de la Biblia y la Ciencia Cristiana, la cual fue descubierta por Mary Baker Eddy.

La Biblia Lo revela como el Amor mismo. Para ilustrar este hecho, Cristo Jesús usó la metáfora de Dios como un Pastor, un cuidador confiable, sabio y omnipresente, quien no permitiría que ninguno de Sus hijos se alejara, se perdiera, se lastimara o muriera. Explicó que no era la voluntad de Dios “que se [perdiera] uno de estos pequeños” (Mateo 18:14). Y en esos momentos, justo después de la muerte de mi hermano, había sentido palpablemente el cuidado de este Pastor tierno y omnipresente, asegurándome que mi hermano no había perecido, sino que continuaba experimentando y expresando la Vida divina, Dios. 

Jesús también explicó que la vida es eterna. Y con la notable curación que trajo a tantos, probó la verdad de esta realidad espiritual. Mostró que nuestra verdadera identidad es inmortal, espiritual e ilimitada, y que, por ser la idea espiritual, o creación, de Dios, realmente la vida de nadie jamás se pierde. La Vida no se acaba, porque el Dios eterno, nuestro creador, es la Vida. A medida que obtenemos nuevas perspectivas acerca de la Vida y el Amor como infinitos y divinos, comprendemos que la Vida realmente nunca se puede perder y que jamás estamos sin el amor de Dios. 

Unos días después de la muerte de mi hermano, vinieron a la casa de nuestra familia unas personas que comprendían esto y realmente expresaron esa naturaleza fuerte y tierna de nuestro Pastor celestial. Mi mamá formaba parte de un grupo muy unido de mujeres de la iglesia que se habían apoyado mutuamente a través de la oración a lo largo de los años, y se habían querido y reído juntas en las buenas y en las malas. Estas “señoras de la iglesia” entraron con dinamismo a nuestra casa.

A mí me pareció como si vinieran en las alas del Amor divino. Llegaron trayendo alimentos y sonrisas amorosas que irradiaban confianza y amabilidad. Sobre todo, nos abrazaron con una fortaleza que parecía decir: “Él está bien y ustedes están bien, ¡y lo sabemos!”. Todos nos sentimos elevados por su amor, y fue un verdadero punto decisivo para dejar atrás el dolor y seguir adelante hacia días mejores. No era una cuestión de personalidad. Fue el toque reconfortante del amor de Dios, expresado por estas queridas mujeres, lo que trajo la convicción de que la verdadera identidad espiritual de mi hermano estaba intacta y completa.

Ya sea que estemos de duelo o deseando consolar a otros que lo están, podemos dejar que el amor de nuestro divino Pastor que todo lo envuelve ilumine nuestro camino hacia adelante. Entonces podemos compartir ese amor a través de la compasión que surge de la confianza en que ninguno de los hijos de Dios está nunca solo o perdido.

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