Fue desgarrador ver las noticias y videos del devastador paso del huracán Dorian en el Atlántico el año pasado. Desastres como ese producen sentimientos de impotencia, desamparo y desesperación.
No obstante, esas noticias también apuntan hacia algo totalmente diferente. Fortaleza. Altruismo. Valor. Gracia. Compasión.
Esto no es algo trivial. Estas cualidades son una señal de algo más perdurable que los vientos feroces e insensibles a las abrumadoras inundaciones; un poder que saca a relucir lo mejor en nosotros, aun en los peores momentos.
La Ciencia divina del Cristo revela que este poder es nuestro creador, Dios, quien es el bien omnipresente, y nuestra capacidad para sentir y expresar dichas cualidades provienen de nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios. Nuestras agallas pueden llevarnos solo hasta cierto punto. Pero como hijos del Divino, somos mucho más que mortales cuya compasión y valor pueden agotarse. Somos la expresión espiritual del amor ilimitado de Dios, de la Vida divina e inagotable, de un poder verdaderamente compasivo.
Hay muchísimo en el mundo que nos recuerda lo que es inestable. Pero he aquí algo para pensar que lleva las cosas en una dirección diferente. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, explica: “Las relaciones de Dios y el hombre, el Principio divino y la idea, son indestructibles en la Ciencia;…” (págs. 470-471).
No son “susceptibles a las tormentas de cierto tipo”, no son “sólidas mientras los diques y los tablones resistan”, sino que son directamente indestructibles. Por estar establecidas y sostenidas por nuestro divino Progenitor, nuestras vidas no pueden ser quebrantadas, nuestra fortaleza no puede ser destruida, nuestra paz no puede ser arrastrada de un lado al otro.
Oramos con reverencia para saber que, aun aquellos que fallecieron debido a los devastadores vientos de esa tormenta, son indestructibles, así como lo es el sentido más profundo de hogar de aquellos que temporalmente se quedaron sin techo a causa de ella. Puesto que somos hijos de Dios, nuestra vida está en el Espíritu divino, no está confinada a un cuerpo material. Saber esto puede atenuar, e incluso ayudar a sanar, la tristeza.
Cuando se comprende espiritualmente, nuestro hogar es estar espiritualmente conscientes de Dios, en quien “vivimos, nos movemos y existimos”, como dice la Biblia (Hechos 17:28, LBLA). Tomamos consciencia de que habitamos en el Espíritu divino a medida que oramos para comprender nuestra naturaleza espiritual. Muchas personas han contado en esta misma revista cómo es que el percibir esta realidad espiritual los ha ayudado a encontrar soluciones a la trágica pérdida de un hogar.
Todo corazón receptivo puede sentir esta certeza del Cristo, el mensaje tierno y fortalecedor del amor de Dios. Su bondad y cuidado permanecen intactos, aun cuando tanto en el mundo que nos rodea no lo está. Nada es más poderoso que Dios, el Amor infinito, la Verdad divina.
Hasta la más pequeña vislumbre de esta realidad espiritual nos muestra que no estamos condenados al caos interminable, sino que hay una base sólida para la esperanza y el progreso. Saca a la luz más de la bondad y seguridad divinas que están siempre presentes. Y revela en nosotros la paz, la fortaleza y la abnegación que son nuestro derecho de nacimiento como hijos de Dios, lo que nos ayuda a comprender que tenemos todo lo que necesitamos para lidiar con los problemas que estamos enfrentando.
Y esto es algo que jamás nos pueden quitar.