Una tarde, mi amiga y yo estábamos afuera de mi escuela, esperando a que mi mamá me recogiera. De pronto, sentí un pequeño golpe en el suelo. Cuando miré para abajo, vi que una pieza chiquita de mi collar aparentemente se acababa de desprender, la recogí y mi amiga y yo tratamos de volverla a poner. Pero mientras ella trataba de encajarla la pieza se le deslizó de los dedos y volvió a caerse al suelo. Ninguna de las dos sabía dónde había caído. Había una parte de césped cerca, y las dos nos preocupamos pensando que si había caído allí sería imposible encontrarla.
Empezamos a buscarla, pero tengo que admitir que, aunque mi amiga me estaba ayudando, yo no tenía pensamientos amables acerca de ella. Sentí que debía echarle la culpa y dejar de buscar, porque ¿cómo íbamos a encontrarla ahora?
Entonces me di cuenta de que esos pensamientos no eran productivos. Mi amiga no solo era muy amable al ayudarme, sino que yo había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que Dios lo sabe todo y es todopoderoso, así que siempre hay una respuesta. Comprendí que no necesitaba tener miedo de no encontrar la pieza, porque Dios ya se había hecho cargo de todo.
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