Era un día soleado y fabuloso para salir y hacer deportes. Y fue justamente eso es lo que hice: jugar baloncesto, fútbol, kickball y más.
Esa tarde, uno de mis hermanos mayores me invitó a jugar al fútbol con él y sus amigos. Jugar era difícil, porque mi hermano y sus amigos eran jugadores más grandes y mejores que yo, así que podían quitarme la pelota en cuanto la conseguía. Pero esto hizo que estuviera aun más decidido a jugar tan duro como pudiera.
Finalmente tuve una gran oportunidad y me dirigí a anotar. Pateé la pelota con el pie derecho y lo apunté directo a la portería. La pelota rebotó en la rodilla del portero y voló hacia mí. Yo estaba todavía a medio camino, pensando que la pelota iba a rebotar en él, y luego tal vez podría hacer un tanto y anotar un gol increíble, pero las cosas no salieron según lo planeado. La pelota, en cambio, se estrelló contra mi pulgar izquierdo y sentí una oleada de dolor. Cuando lo miré, el dedo se veía bastante retorcido.
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