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Respecto a la vacunación y la salud pública

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 5 de marzo de 2020


“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Esta garantía intemporal de que el Amor divino detiene y elimina el temor puede aplicarse a todo aspecto de nuestra vida. De hecho, vale la pena considerar si esta promesa bíblica tiene relevancia práctica para la actual preocupación por la salud pública respecto a la propagación de enfermedades contagiosas. 

Mientras que algunas sociedades han tratado de abordar esta preocupación, en parte mediante la vacunación obligatoria de los niños, otras han sido reacias a hacerlo, y se han generado debates públicos que tienden a forzar a los individuos a dividirse en facciones: “a favor de la vacunación” y “en contra de la vacunación”, con fuertes sentimientos en ambos lados debidos en gran parte al temor.

Si bien nadie está exento de tener que lidiar con este temor, los estudiantes de la Ciencia Cristiana se esfuerzan por vivir llenos de confianza en Dios, elevándose por encima del temor tanto a la enfermedad como a la vacuna. Y eliminar el temor por medio de la comprensión de Dios como el Amor omnipotente es parte de la contribución tan única que los Científicos Cristianos pueden hacer a la conversación. Mary Baker Eddy escribe: “En épocas de enfermedades contagiosas, los Científicos Cristianos se esfuerzan por elevar su consciencia al verdadero sentido de la omnipotencia de la Vida, la Verdad y el Amor, y la comprensión de esta gran realidad en la Ciencia Cristiana pondrá fin al contagio” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 116).

Este “elevar su consciencia”, junto con el bien que resulta de ello, está al alcance de todos porque proviene de la comprensión espiritual de Dios como el creador de todo el bien, omnipotente y del todo amoroso, como describe la Biblia en el primer capítulo del Génesis. Esta creación llena de luz nos incluye a cada uno de nosotros como la imagen y semejanza espiritual y perfecta del Amor divino, con el dominio otorgado por Dios sobre “todo lo que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26, según versión King James). Esta comprensión de nuestra identidad espiritual naturalmente hace que todos expresemos fortaleza, sabiduría y alegría en nuestra vida, y nos elevemos por encima de “lo que se arrastra”, tal como el temor a la enfermedad.

Cuando nuestra mente está llena de esta comprensión de la Verdad y el Amor divinos, entonces “el pecado, la enfermedad y la muerte no pueden entrar en ella”, porque, como escribe lógicamente Mary Baker Eddy, “nada se puede añadir a la mente que está colmada” (Miscelánea, pág. 210). Llevando este razonamiento espiritual un paso más adelante: cuando nuestro pensamiento está lleno de la Verdad y el Amor divinos, es inoculado con el bien, el cual no puede dejar lugar alguno para el temor o la enfermedad.

Este estado inspirado del pensamiento nos ayuda a ver que librarse del temor tanto a la enfermedad como a la vacuna no solo es posible, sino natural y confiable. Una evidencia de esto son los numerosos ejemplos de la eficacia de este enfoque aun en situaciones donde tal vez haya habido razón para preocuparse. También nos damos cuenta de que nuestra capacidad para experimentar una curación no proviene de las leyes o derechos religiosos destinados a dar cabida a la curación espiritual. Más bien, la curación espiritual eficaz misma hace un espacio modesto dentro de la ley para que pueda practicarse libremente. Al estar libres del temor, tanto aquellos que optan por vacunarse como los que adoptan el enfoque religioso para prevenir y tratar las enfermedades, pueden proceder con valor en cualquier dirección que elijan en obediencia a la ley y confiar la resolución de cualquier preocupación totalmente a Dios.

Por ejemplo, un colegio privado al que asistía un Científico Cristiano determinó que en una semana todos los estudiantes debían estar vacunados, a pesar de que en la ley había una cláusula que generalmente permitía que los estudiantes optaran por no ser vacunados por razones religiosas. Aunque al principio la madre de este estudiante se sintió perturbada, ella vio que este requisito era una oportunidad para abrazar al colegio con amor en lugar de enfocarse en los derechos legales, y orar para sanar el temor en la comunidad respecto a este asunto. La madre se reunió con la directora del colegio y con mucho respeto compartió el enfoque de su familia sobre el cuidado de la salud en la Ciencia Cristiana. Esto cambió la forma en que el colegio había estado pensando sobre el tema. La directora indicó que ella comprendía que la Ciencia Cristiana era una forma de vida total para esta familia, y lo podía ver por la manera en que se comportaba este estudiante. El reconocimiento de que vivir espiritualmente es sustancial y posible en el mundo de hoy marcó la diferencia. Y finalmente, el colegio cumplió con este pedido de exención por todos los años de bachillerato que le restaban a este joven.

La Ciencia Cristiana nos impulsa a reconocer la inmunidad espiritual no solo para nosotros mismos, sino para beneficio de toda la humanidad. Estar profundamente atentos a la salud pública y esforzarnos por calmar los temores de los demás, así como los nuestros, son expresiones naturales de los dos grandes mandamientos de Jesús: amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esta práctica sanadora adopta la ética de la Regla de Oro: tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros, respetar las opiniones divergentes y cumplir la ley. Esto puede incluir vacunarse donde la ley lo requiera. Mary Baker Eddy escribe: “En lugar de altercar sobre la vacunación, recomiendo, si la ley lo requiere, que la persona se someta a este proceso, que obedezca la ley, y que luego recurra al evangelio para que la salve de los malos efectos físicos” (Miscelánea, págs. 219-220).

Y en una entrevista ella declaró: “Digo: ‘Dad a César lo que es de César’. … Donde la vacunación sea obligatoria, dejad que vacunen a vuestros hijos, y cuidad de que vuestra mente esté en un estado tal, que por vuestras oraciones la vacunación no cause daño a los niños” (Miscelánea, págs. 344-345).

Jesús instruyó a sus discípulos: “Y estas señales seguirán a los que creen: … si bebieren cosa mortífera, no les hará daño;” (Marcos 16:17, 18), y de la misma manera, ha habido numerosos ejemplos de que cuando se requiere la vacunación, puede hacerse sin ninguna consecuencia negativa. Por ejemplo, cuando a un Científico Cristiano en el ejército de los Estados Unidos se le requirió que fuera inmunizado antes de servir en el exterior, él no tuvo temor, sabiendo que las vacunas no tenían más poder para hacerle daño que las enfermedades que tenían el propósito de prevenir. De hecho, probó que este requisito era una oportunidad más para demostrar el cuidado y la protección por siempre presentes de Dios. Algunos de sus compañeros de armas fueron a verlo recibir todas las inmunizaciones requeridas de una vez, esperando que sufriera alguna reacción debido a ellas. Pero no hubo ningún efecto negativo ni en ese momento ni después.

Ya sea una preocupación por el contagio, la vacuna o cualquier otro temor, el Amor nos resguarda, y podemos proceder con confianza, sabiendo que habitamos “al abrigo del Altísimo” y “moramos bajo la sombra del Omnipotente”. En este lugar de seguridad, por encima de la contienda volátil o el debate público, “no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmos 91:1, 10, 11).

Kevin Ness
Gerente de los Comités de Publicación

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