Era un año de mucha agua. Este es un término de rafting o canotaje que describe el estado del río que estábamos a punto de abordar. No solo estaba alto el nivel del agua, sino que el río corría extremadamente rápido. La situación me parecía muy intimidante, dado que estaba a punto de ser uno de los guías en los rápidos que habían volteado mi kayak el año anterior.
Durante aquel incidente, había tenido una experiencia aterradora. No solo se había volteado mi kayak, sino que me había golpeado la muñeca contra una roca, lo que me dejó un gran hematoma. La practicista de la Ciencia Cristiana del campamento al que asistía oró conmigo durante varios días, y aunque el dolor y el moretón desaparecieron y yo estaba agradecida por eso, el miedo continuó durante el resto de mi tiempo en el campamento.
Y ahora aquí estaba de nuevo. Cuando nos acercamos al punto de partida, sentí un malestar en la boca del estómago, y pensamientos de temor inundaron mi mente. Traté de rechazarlos mientras descargábamos los botes, pero fue en vano.
Después de que los botes estuvieron preparados para entrar en el agua, me di cuenta de que necesitaba pedir ayuda; No podría ser una guía eficaz si las olas de miedo se estrellaban contra mí. Entonces me acerqué al otro guía para obtener mayor discernimiento. Él me llevó a un lado y comenzó a orar el Salmo veintitrés en voz alta. Había escuchado este salmo cientos de veces en mi vida, pero esta vez fue diferente, porque una línea realmente me llamó la atención: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (versículo 4).
Me había sentido sola, pensando que la única forma de superar esta experiencia era a través de mi propia voluntad humana. Pero ahora podía ver que lo que mi compañero y yo estábamos hablando y orando era cierto: Si el río era como el valle del salmo, entonces podíamos confiar en que nos sentiríamos seguros porque Dios es nuestro “guía” absoluto. Sentí que las oleadas de temor e inseguridad desaparecían de inmediato. Fue como si todos los presentes —los campistas, el personal y yo— hubiéramos estado envueltos en la más perfecta protección y bienestar.
Caminamos hasta donde estaban los campistas y comenzamos a explicar los nuevos rápidos que experimentarían ese día y lo divertido que sería. Pude hablar con toda confianza sobre el río, e incluso pude servir de guía en cuatro de los cinco rápidos principales. El miedo había desaparecido y todos estuvimos a salvo.
Estoy sumamente agradecida por lo que aprendí acerca de confiar en Dios durante esta experiencia. Y he podido llevar conmigo esta confianza y libertad al entrenamiento y orientación de alto nivel que he estado haciendo este verano.
