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Una Causa que vale la pena apoyar

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 8 de junio de 2020


Después de graduarme de la universidad y regresar a la granja de mi familia para seguir una carrera en el cultivo de manzanas, luché muchísimo con la pregunta: “¿Qué puedo hacer con mi vida para hacer el mayor bien?”. Tuve éxito en el cultivo de la fruta, y gente hambrienta necesitaba alimento para comer, así que la carrera que había elegido parecía ser la adecuada. No obstante, también tenía vecinos que sufrían de enfermedades, depresión, soledad, ira, dolor y otros problemas. Mi corazón estaba muy conmovido por ellos. Yo quería ayudar.

Finalmente, me di cuenta de que no necesitaba ser tan solo un espectador marginal de los problemas de la gente. Podía ayudarlos a encontrar curación por medio de mi práctica de la Ciencia Cristiana. Cuando asumí el compromiso de ayudar a los demás por medio de esta Ciencia, las personas comenzaron a pedirme ayuda, y yo estuve listo para responder con la oración. Cuando oraba como explica la Ciencia Cristiana, me alentaba ver que los enfermos sanaban, el dolor desaparecía, el que sufría de escasez encontraba provisión, y la esperanza y la felicidad regresaban donde antes había habido tristeza. Aunque mi carrera de negocios estaba floreciendo, la recompensa de ver que la gente superaba numerosos y diferentes males por medio del poder de Dios era mucho más gratificante para mí que cualquier número de manzanas que nuestra huerta produjera. Sentía que había encontrado un llamado que me capacitaba para hacer el máximo bien en mi vida. Dejé la granja y me dediqué tiempo completo a la Causa de la curación en la Ciencia Cristiana, lo que ha probado ser una de las decisiones más satisfactorias que he hecho en mi vida.

Al mirar hacia atrás, recuerdo que me encantó la práctica de la Ciencia Cristiana porque es la esencia de una Causa que ayuda a la humanidad a responder a la necesidad más grande de todas: conocer a Dios y comprender la relación del hombre con Él y cómo el amor y el cuidado de Dios responden a las necesidades humanas. Esta práctica sigue los pasos de Jesús, quien comprendió mejor que nadie que la principal necesidad de la humanidad es siempre espiritual. Él sanó la enfermedad, alimentó al hambriento, disolvió el dolor, restauró el sano juicio, calmó tormentas y resucitó muertos basándose en el poder espiritual. Su comprensión de la omnipotencia de Dios lo facultó para vencer el mal y restaurar la salud y la armonía a los enfermos y dolientes por medio de la oración, y esperaba que sus seguidores hicieran lo mismo. Él enseñó: “Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten” (Mateo 6:33, NTV). He descubierto que esta instrucción es verdadera cuando aplico las verdades de la Ciencia Cristiana en mi vida y para aquellos que me piden ayuda. 

La necesidad de sanar por medio de la Ciencia Cristiana, y que los sanadores se dediquen a ayudar a su prójimo a liberarse del sufrimiento a través de sus enseñanzas, es más grande que nunca. Las noticias informan a diario desde todas partes del mundo acerca de individuos, comunidades, incluso naciones que luchan para sobrevivir frente a la enfermedad, el odio, la violencia, la pobreza, la opresión, el clima y las condiciones geológicas, el prejuicio y el desamparo. Ciertamente hay noticias favorables que anunciar acerca de la humanidad, pero todos tenemos el derecho a la salud y la felicidad, y nadie debe ser ignorado.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, comprendía esa acuciante necesidad, e instó a aquellos que escucharan diciendo: “Jamás se hizo un llamado más solemne e imperioso que el que nos hace Dios a todos nosotros, aquí mismo, por una devoción ferviente y por una consagración absoluta a la más grande y más santa de todas las causas. La hora ha llegado. La gran batalla de Armagedón está sobre nosotros” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 177). La batalla de Armagedón simboliza la batalla final entre el bien y el mal. Incluye la segunda venida del Cristo, en la cual el Cristo derrota todo lo que se opone a Dios. Como Cristo Jesús probó, Dios es el bien, y en verdad posee poder absoluto sobre la tierra, así como en el cielo, para vencer el pecado, la enfermedad y la muerte. Y Mary Baker Eddy explicó que el mal es en realidad simplemente un error de creencia que no tiene poder real. Ella no menciona “la gran batalla de Armagedón” con el propósito de que sea inquietante o aterradora, sino para que sirva de señal de alerta a la humanidad de que ahora es el momento de demostrar el poder del bien sobre las creencias malignas.

Algunas teologías cristianas predican que la batalla final entre el bien y el mal ocurrirá en una fecha lejana y desconocida, pero desde el punto de vista de la Sra. Eddy, la batalla ya estaba ocurriendo. La segunda venida del Cristo se había producido en su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, el cual explica el poder de Dios para rectificar todo error. La salvación de la humanidad del mal no sería un Jesús físico descendiendo posteriormente del cielo, sino las enseñanzas de la Ciencia divina del Cristo —explicando cómo seguir las instrucciones de Jesús— que se practican hoy, por medio de las cuales podemos ser testigos de la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte a través del Cristo omnipresente. La hora de librar y ganar esta batalla es ahora, no mañana; y cada vez que vencemos el mal al ceder y aferrarnos a la omnipotencia de Dios, la victoria final sobre toda pretensión del mal está más cerca.

Hubo una época en la cual tuve que mantenerme firme para comprender que el poder de Dios vence el mal. Hace veinte años, comenzó a formarse un bulto en mi frente. Oraba a diario para que se aliviara y constantemente mi comprensión del poder omnipotente de Dios iba en aumento. Sin embargo, el bulto continuaba empeorando, y después de varios meses su aspecto se volvió muy desagradable, al punto de que yo no salía de casa. En cierto sentido, sentía como si estuviera en cuarentena porque no quería atraer la atención. Mi carrera como sanador de la Ciencia Cristiana parecía estar condenada al fracaso. Era como si el Armagedón me hubiera envuelto, y estuviera perdiendo la batalla.   

Mientras perseveraba en mis oraciones, estudié una declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La humanidad tiene que aprender que el mal no es poder” (pág. 102). Según las apariencias externas, parecía como que el mal tenía poder y estaba destruyendo mi futuro. Pero después de pensar detenidamente aún más en la declaración de la Sra. Eddy, me di cuenta de que mi sufrimiento era una oportunidad para probar que el mal no tiene poder. Necesitaba analizar el desafío desde una perspectiva espiritual y obtener ventajas de las lecciones que podía aprender. Pensé que yo sabía con convicción que Dios era el bien omnipotente, y que podía dejar de creer y vencer esa pretensión de mal, y probar su irrealidad.

Inspirado por esta renovada perspectiva, y dejando de sentir lástima de mí mismo, oré para comprender que el poder de Dios es el único poder. Acepté seriamente la verdad de que Dios es Todo y me esforcé por ver que no había ninguna otra realidad, influencia, presencia, lugar, causa o efecto más que el Amor divino. Comprendí que en la totalidad de Dios no había ningún mal que me amenazara; ninguna enfermedad maligna, enemigo o creencia comúnmente aceptada que pudiera hacerme daño. Supe que Dios realmente me había hecho a Su imagen, así que gustosamente dejé que Él elevara mi pensamiento a las alturas de las ideas celestiales, donde yo no podía ver nada más que el Amor. Al hacer esto, todo sentido de mal y temor desapareció. Me sentí a salvo, como si hubiera ascendido mentalmente con los ángeles de Dios. Pocos días después, una sustancia extraña fue expulsada de mi frente, y todos los síntomas concomitantes muy pronto desaparecieron. La curación sigue siendo completa (véase “Face the foe fearlessly,” Journal, February 2014). 

Parece como si ese Armagedón se manifestara en la vida de la gente alrededor del mundo que lucha cada día para liberarse de la opresión, la enfermedad, los desastres y la desesperación. Siempre que nos sentimos amenazados por el mal, es un llamado a elevarnos en la fortaleza de Dios para vencerlo por medio del reconocimiento de Su omnipotencia. La Ciencia Cristiana nos da las armas espirituales —las verdades espirituales— que necesitamos para mantenernos firmes del lado ganador, y en definitiva único. Dios es el bien todopoderoso. El mal no tiene lugar en toda Su creación, ya que Él hizo al hombre libre y sano. Podemos ayudarnos unos a otros a experimentar el derecho que Dios nos ha dado a estar libres del mal, orando unos por otros y demostrando Su reinado sobre nuestras vidas.

Ganar la guerra del bien sobre el mal es una Causa que se libra en la consciencia humana, reconociendo y cediendo a la totalidad de Dios.

Comprendiendo la oportunidad y urgencia del momento, Mary Baker Eddy exhortó a sus seguidores: “¿Pondréis de lado vuestra tibieza y os convertiréis en verdaderos y consagrados guerreros? ¿Os entregaréis por entero e irrevocablemente a la gran causa de establecer la verdad, el evangelio y la Ciencia, los cuales son necesarios para salvar al mundo del error, del pecado, la enfermedad y la muerte? Responded en seguida y en forma práctica, y ¡responded con acierto!” (Escritos Misceláneos, pág. 177).

El mundo necesita la Ciencia Cristiana más que nunca. Es la única Causa que puede traer el bien más grande a la humanidad. Su práctica no solo responde a las necesidades físicas, sino que nos mejora moral, mental y espiritualmente. Abre el pensamiento a la realidad espiritual y deja que el poder del Cristo tome el control y traiga curación. Hace más que dar al prójimo un pescado para comer, o incluso enseñarle a pescar. Enseña a nuestro prójimo dónde pescar, para hallar buena salud, provisión, amor, paz y propósito en Dios, la fuente de todo el bien. Responde a las necesidades humanas más básicas: conocer Su totalidad y bondad.

Después que la Sra. Eddy descubrió la Ciencia Cristiana, para ella ya no fue una cuestión de cómo se salvaría la humanidad del sufrimiento: Sería a través de la Ciencia Cristiana. El método de salvación de Cristo Jesús se le había revelado plenamente, y entonces ella lo compartió enseñando a otros a sanar por medio de la verdad que Jesús enseñó y probó. La humanidad no necesitaba esperar a que la salvación del mundo viniera en el futuro. Ella comprendió que el momento de sanar era ahora. La necesidad imperiosa era que los individuos estuvieran dispuestos a dar un paso adelante e hicieran el trabajo. Al tener amigos y vecinos clamando por ser aliviados del sufrimiento, es la obligación de cualquiera que tenga corazón preguntarse: “¿Estoy listo para responder al llamado? ¿Estoy dispuesto a transformarme en un ‘verdadero y consagrado guerrero’ que está listo para enfrentar las pretensiones del mal y negarles realidad reconociendo y probando la supremacía de Dios?”.

Un “verdadero y consagrado guerrero” es un individuo dedicado a ganar una batalla y con la determinación de asegurar una victoria para la Causa por la que está luchando. Esta batalla se gana comprendiendo la totalidad de Dios y la irrealidad del mal. Como escribió Mary Baker Eddy: “El Científico Cristiano se ha alistado para disminuir el mal, la enfermedad y la muerte; y los vencerá al comprender su nada y la totalidad de Dios, o el bien” (Ciencia y Salud, pág. 450). Todo individuo que quiere ver el triunfo del bien sobre el mal puede comprometerse con esta Causa y alistarse en ella, y contribuir a la eliminación definitiva del mal sobre la tierra.

La mente humana a menudo es rápida para dar excusas cuando se la llama para servir. Algunos pueden objetar que no tienen tiempo para ayudar a otros, que no tienen suficiente comprensión, o que alguien más puede hacer el trabajo. Pero podemos silenciar rápidamente estos enemigos mentales del progreso recordando que Dios nos ha dado la comprensión y la capacidad requerida para contribuir a responder a la necesidad en cualquier momento. Hay una obligación espiritual y moral de ayudar a los menesterosos, y hacerlo no solo beneficia a los demás, sino también a uno mismo.

El amor cristiano incluye a todos. Jesús estableció el ministerio de ayudar a los demás a liberarse de los problemas. Era y es un requerimiento que sus seguidores abandonen los intereses egoístas y dediquen tiempo y esfuerzo para demostrar el poder sanador de Dios en beneficio de sus semejantes. Él instruyó: “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los leprosos y expulsen a los demonios. ¡Den tan gratuitamente como han recibido!” (Mateo 10:8, NTV).

No existen barreras materiales para alistarse en la Causa de la Ciencia Cristiana y demostrar el poder y la presencia de Dios para ayudar y sanar. No importa cuánto dinero tenemos, nuestra edad, cuáles han sido nuestros estudios o dónde vivimos. Ganar la guerra del bien sobre el mal es una Causa que se libra en la consciencia humana, reconociendo y cediendo a la totalidad de Dios. Se trata de vivir fielmente el liderazgo del Cristo, y demostrar la realidad de la omnipresencia de Dios y la irrealidad del mal en cualquier circunstancia que enfrentemos. Todo aquel que ama a Dios y anhela ayudar a su prójimo a triunfar sobre el sufrimiento puede producir un cambio positivo.

Las oportunidades de vencer el mal, la enfermedad y el temor a la muerte abundan, ya sea en casa, en el lugar de trabajo, en el aula, en las redes sociales, en el cuarto del enfermo, en encuentros casuales, en conversaciones con los vecinos. Es una Causa que no conoce fronteras ni límites. No se requieren fondos especiales para tener éxito. Cuando las personas responden a cada oportunidad que ven para vencer el mal con el bien, la supremacía de Dios es demostrada hasta cierto grado, y la humanidad es beneficiada.

Con la batalla de Armagedón sobre nosotros, es hora de probar la realidad de Dios y la irrealidad del mal ahora. Este no es momento para estar de brazos cruzados o desperdiciar momentos en los vanos entretenimientos de estos tiempos. La época necesita trabajadores dispuestos a comprometerse con la Causa más grande que el mundo haya conocido jamás y unirse a ella: el trabajo de demostrar el poder de Dios para vencer el mal de todo tipo.

¿Estás dispuesto a transformarte en un “verdadero y consagrado guerrero”? ¿Estás listo para comprometerte y cambiar el mundo para mejorarlo? “Responde con acierto”, y responde ahora.

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