A principios del año pasado, una noche, justo cuando me iba a acostar, comencé a sentir lo que me pareció que eran síntomas de haber eliminado un cálculo renal. Me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana, quien estuvo de acuerdo en orar por mí. Si bien me resultaba difícil orar por mí mismo debido al dolor, pude aferrarme a un pensamiento poderoso, una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy que me encanta: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo” (pág. 463).
Me di cuenta de que lo que era nocivo no era un pedacito de materia, sino tan solo un pensamiento, una sugestión, de que había un pedacito de materia que podía causar trastorno, dolor o disfunción. Además, reconocí que la Verdad divina, Dios, podía eliminar ese pensamiento nocivo. Al comprender que mi identidad es el reflejo del Espíritu, comprendí que yo mismo era una idea espiritual. Puesto que Dios es Espíritu y el Todo infinito, el Espíritu debe ser la única sustancia real. Así que, me aferré a la verdad de que no había materia alguna envuelta en esta experiencia, solo una creencia equivocada: un error imposible, una mera sugestión.
Cristo Jesús disipó del pensamiento de forma práctica y racional la idea de que cualquier fruto de la creación de Dios pudiera ser bueno y malo, con esta declaración: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mateo 7:18).