Cuando estaba en el bachillerato, me enfermaba de gripe cada año durante cierta temporada. Estaba agradecida de haber asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y sabía orar cada vez que esto sucedía. Había aprendido que Dios es el Amor divino, y sabía, por supuesto, que el Amor nunca me dejaría sufrir. Cada vez, al orar y sentir más del cuidado del Amor por mí, me liberaba rápidamente de todos los síntomas.
Entonces un año me di cuenta de algo: no tenía que seguir sufriendo una temporada de gripe tras otra. En cambio, podía negarme a aceptar dos sugestiones agresivas fundamentales que eran la base de este problema: La primera, que la enfermedad existe. Y la segunda, que la misma podía tener un ciclo o temporada, incluso un comienzo y un fin.
Había aprendido que la Biblia dice que Dios lo creó todo y lo hizo muy bueno. Y esto significaba que como la enfermedad no es buena, Dios nunca podría haberla hecho. Él nunca crea nada dañino. Y como la enfermedad no tiene comienzo, tampoco puede repetirse ni tener un ciclo, por lo que no podía tener ningún poder o presencia en mi vida.
También oré con un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana. El mismo dice:
Ambiente de divino Amor 
respira nuestro ser, 
mas los sentidos en su error 
no nos lo dejan ver.
.   .   .   .   .   .   .
Pues Dios, Principio inmortal, 
omnipresente es; 
mantiene nuestra perfección 
a imagen del Amor.
(Himno N° 144, trad. y adapt. © CSBD)
El Principio es ley. Así que afirmé en mis oraciones que como estamos gobernados por la ley espiritual de perfección y armonía de Dios, no podemos estar gobernados a veces por otra cosa que se llama a sí misma ley material de contagio o enfermedad. La ley de Dios siempre está en funcionamiento; no va y viene. Y es una ley en la que podemos confiar para mantenernos en perfecto estado de salud continuamente, sin interrupción. Esta ley del Espíritu, Dios, es suprema, absoluta, por lo que no puede ser anulada por nada.
¿Qué crees? ¡Jamás volví a sufrir de gripe después de eso, y esto pasó hace décadas! Y desde entonces, he estado agradecida de poder apoyarme en esta experiencia al orar por el mundo, cada vez que los problemas de contagio o ciclos de enfermedad aparecen en las noticias.
¡Qué ley sanadora y poderosa tenemos todos para protegernos y mantenernos, en cualquier temporada!
 
    
