Imagina estar en una situación en la que durante unos tres meses y medio comienzas a trabajar a las 6:30 de la mañana, y terminas alrededor de las 7:30 de la noche. No tienes ningún día libre. Tu actividad tan repetitiva y el saber que no tendrás un rato libre por un tiempo, hacen que te resulte difícil determinar los días y las fechas a medida que pasa el tiempo, y la desesperación trata de aprisionarte.
Ahora imagina que durante este tiempo todo el mundo está al revés. El miedo a una pandemia mundial y las noticias acerca de las muertes ocurridas, están arrasando las naciones. Se debate, examina y, a menudo, es regulada la forma en que uno interactúa con los demás, se comunica y entra en contacto físico con otras personas.
Como Científico Cristiano dedicado a comprender el poder supremo de la bondad de Dios y la impotencia de la enfermedad y el contagio, ¿cómo manejarías esta situación? ¿Cuál sería tu razonamiento? Si bien reconoces que muchas personas tienen miedo, ¿cómo pensarías de los demás?
Como empleado, tuve que enfrentar exactamente este desafío y este mismo tipo de preguntas durante el confinamiento en nuestro lugar de trabajo debido a la pandemia. Junto con el difícil trabajo físico que estaba haciendo, había muchas tentaciones mentales. La idea de condenar a aquellos que según yo tenían miedo al contagio trató de apoderarse de mí. Además, pensamientos de que otros Científicos Cristianos no estaban “manteniéndose firmes”, o no sanaban, trataron de hacerme sentir superior, decepcionado o en falta de sintonía con aquellos que asistían a la Iglesia de Cristo, Científico.
Afortunadamente, pude usar las herramientas que nos dieron Cristo Jesús y la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, para enfrentar estos pensamientos erróneos y resentidos, y encontrar dominio y paz.
En la Ciencia Cristiana, magnetismo animal es el término utilizado para dicha mentalidad negativa; es “el término específico para el error, o mente mortal” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 103). Magnetismo animal indica todos los supuestos pensamientos y acciones que tratarían de distraernos de hacer el bien y sugieren que Dios no mantiene la armonía infinita. Entonces, me di cuenta de que era el magnetismo animal —que me venía como sugestiones mentales agresivas— lo que estaba detrás de la discordia, perturbando mi paz y bienestar.
Entre los consejos que la Sra. Eddy dio a los miembros de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, está el siguiente: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 42). Fue la decisión de orar diariamente para defenderme lo que me permitió darme cuenta de que los pensamientos turbulentos no eran mis propios pensamientos. Ciertamente no venían de Dios, el Amor. Y esta defensa me permitió discernir la Verdad, Dios, rechazar las mentiras y ser testigo de la curación.
Me habían engañado haciéndome creer que otras personas estaban de alguna manera separadas de la Mente divina, Dios.
Al examinar cómo había juzgado a otros que según yo tenían miedo de enfermarse, me di cuenta de que había sido engañado, haciéndome creer que de alguna manera ellos estaban separados de Dios y, por lo tanto, que había muchas mentes. Sin embargo, sabía que sólo existe la Mente divina única, Dios, a quien cada uno de nosotros refleja. ¡La posibilidad de que hubiera más de una mente no podía ser cierta! Yo tenía el deber de ver a toda la humanidad como la descendencia perfecta y espiritual de Dios incapaz de ser cautivada por cualquier tipo de temor. Esta comprensión sofocó mi falso juicio contra aquellos que yo percibía creían que la enfermedad y el contagio eran reales.
No obstante, sentí que otras sugestiones agresivas respecto a todo el movimiento de la Ciencia Cristiana en el contexto de nuestros tiempos actuales, eran mucho más difíciles de superar. Pensamientos engañosos habían entrado furtivamente. Me encontré acusando mentalmente a los dignatarios de La Iglesia Madre, a los maestros de la Ciencia Cristiana y a los practicistas de la Ciencia Cristiana de no hacer frente a los problemas que todos enfrentábamos respondiendo y declarando que la enfermedad y el contagio no son reales. Creía que no se estaban produciendo suficientes curaciones entre nuestros miembros, y que por esta razón las iglesias filiales estaban cerrando. Estos pensamientos seguían abriéndose camino en mi consciencia y tratando de convencerme de que yo era su autor. En ocasiones me abatían.
Fue entonces que, inesperadamente, vino un mensaje angelical de Dios que me hizo examinar esos pensamientos que habían estado desfilando en las sombras de mi consciencia durante algún tiempo. Me di cuenta de que durante muchos años había estado aceptando que había habido fracasos, discordias e ineficacia, y estaba atribuyendo esto a Dios, al movimiento de la Ciencia Cristiana y a los practicistas individualmente. ¡Había estado echando culpas, al mismo tiempo que cosechaba los beneficios de mis propias curaciones y demostraciones del poder de Dios! Pronto me di cuenta de que Dios es omnipresente, y Su poder está en todas partes en todo momento. Entonces, si pensaba que el amor de Dios alguna vez había estado ausente, mi razonamiento era incorrecto.
Mientras trabajaba en oración con estas ideas, fui guiado a pensar en mi responsabilidad hacia mis colegas Científicos Cristianos. ¿Estaba ayudando a la Causa de la Ciencia Cristiana al juzgar a los demás? ¿No debería en cambio orar por todos los miembros, maestros, practicistas y dignatarios de nuestra Iglesia? Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando tuve esta epifanía, y supe lo que tenía que hacer.
Aunque todavía trabajaba largas horas, me dediqué a pasar más tiempo en oración. Estudié la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, practiqué los deberes diarios requeridos de los miembros de la iglesia en nuestro Manual de la Iglesia, escribí tratamientos de la Ciencia Cristiana para muchas situaciones y trabajé con diligencia para amarme a mí mismo, a mi prójimo, a mi Iglesia y a todos los envueltos en el movimiento.
El cambio fue impresionante. Años de críticas y opiniones desaparecieron. Mi rutina diaria se volvió menos ardua. Mi comprensión y demostración de la Verdad creció exponencialmente, y reinó la armonía.
Estoy agradecido por todas estas lecciones de vida y bendiciones, y agradecida de saber que Dios es real, la oración en la Ciencia Cristiana sana, y todos somos hijos de Dios, merecedores de Su amor.