Había seguido el protocolo exactamente, había conseguido mis documentos a tiempo y visto como habían avanzado a través del proceso. Sin embargo, mi boleto de avión para salir era para el día siguiente, y todavía no tenía la visa requerida para el país a donde se suponía que debía viajar. A pesar de las numerosas llamadas, parecía que debía hacer un plan alternativo para mi viaje de negocios.
La falta de respuesta del gobierno parecía reforzar la creencia comúnmente aceptada del caos y la deficiencia en ese país. Así que, en el tiempo que habitualmente reservo para orar, me alejé de la mentalidad de arreglar, planear y esbozar con urgencia un Plan B. En cambio, me concentré totalmente en sentir el poder de la presencia divina.
Esto no era para evitar un problema o para escapar y no lidiar con él. La Ciencia Cristiana muestra que es la naturaleza de Dios, la Mente divina o inteligencia, iluminándonos con el bien espiritual. Incluso antes de que surja una solución, se resuelva una situación o se supere una dificultad, este bien espiritual nos calma y fortalece, y abre nuestro pensamiento a las posibilidades.
Orar de esta manera —conocer y sentir el bien espiritual— elimina la ansiedad y nos hace tomar conciencia del poder y la presencia divinos. No obstante, a menudo hay una tensión entre el deseo humano de controlar, arreglar y resolver problemas y la disposición de ceder al poder de la bondad divina y el Amor que ya está gobernando. Sentir esta bondad divina es el resultado natural de comprender que Dios es la Mente infinita y divina. Entonces la mente humana —nuestra forma limitada de pensar— abandona todo el esfuerzo por lo que no satisface e intercambia los conceptos humanos defectuosos por la consciencia divina de lo que es real y perdurable. Los momentos de oración nos permiten ceder a la consciencia de la Mente divina por ser la consciencia divina única, y estar dispuestos a dejar que los acontecimientos se desarrollen frente a nosotros.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana lo afirma así: “La Ciencia Cristiana presenta desarrollo, no acrecentamiento; no manifiesta ningún crecimiento material de molécula a mente, sino una comunicación de la Mente divina al hombre y al universo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 68). En la Ciencia Cristiana, la oración no consiste en resolver problemas con verdades espirituales; no comienza con un problema y luego razona hasta llegar a una solución. La oración científica comienza con la solución —nuestra unidad con Dios— y razona a partir de allí para ver más de esta realidad en nuestra experiencia. Al eliminar el temor, la ansiedad, la duda, la ignorancia o el orgullo, esta oración pone al descubierto lo que ya está, y siempre ha estado allí, en la consciencia divina. Nuestro verdadero ser siempre es uno con esta consciencia divina. Y la oración nos ayuda a concretar esta conclusión espiritual en la vida diaria.
A medida que pasaba el día y todavía no tenía mi visa, visité el consulado. El personal me informó que el jefe de asuntos consulares hacía semanas que no venía a trabajar. Nadie había podido obtener una visa. No sabían si el problema se resolvería o cuándo.
Al considerar la burocracia y lo que podría interpretarse como corrupción o injusticia dentro del gobierno, me preguntaba cómo podría sentirme segura de dejar que las cosas se desarrollaran, en lugar de forzar un cambio. Pero es el espíritu del Cristo, la naturaleza divina que Jesús nos mostró que definía nuestro verdadero ser, la que trae a la consciencia humana la comprensión verdadera de la bondad y el poder divinos. Así que dejar que las cosas se desarrollaran no era una aceptación pasiva. Significaba comprometerse activamente a ver la actividad de Dios allí mismo, y dejar que El Cristo influyera mi pensamiento.
Me sentí impulsada a hojear la página web del consulado y encontré un número de emergencias para los servicios de visa. Cuando lo marqué, el hombre del otro lado de la línea resultó ser el jefe del consulado. De repente me encontré diciéndole: “¡Usted es muy necesario! Voy a orar para que se produzca algo bueno”. Podía sentir la influencia del Cristo inspirando mi respuesta. Aun así, dijo que no podía hacer que se resolviera y colgó.
Cinco minutos antes del cierre, me llamaron a la trastienda del consulado. El hombre había venido a trabajar y estaba revisando tres enormes pilas de visas una por una, estampándolas mientras me preguntaba por qué motivo viajaba a su país. Me fui con mi visa en la mano, pensando en la cantidad de personas que también recibirían sus visas. El mismo poder del Cristo que me impulsó a comunicarme por teléfono había hablado irresistiblemente al corazón de este hombre para eliminar cualquier obstáculo que impidiera su propia expresión de la acción correcta.
Cuando la mente humana se esfuerza mucho para hacer que algo suceda, a menudo esto impide que suceda. En cierta medida, todos hemos experimentado cómo nuestros intentos de controlar la vida y los resultados son en última instancia contraproducentes. En cambio, podemos confiar activamente en el desarrollo de los acontecimientos: podemos ver con confianza lo que la Mente divina infinita está impartiendo a nuestro pensamiento y ver que se manifiesta en nuestra experiencia.
Este año, mientras los gritos de igualdad racial resonaban en todo el mundo, las leyes espirituales fundamentales que operaban para revertir una visa retrasada demostraron ser verdaderas para un sentido más completo de justicia. Cuando la oración pone al descubierto lo que se necesita abordar en nuestro propio pensamiento, nos convertimos en parte de la solución para los problemas más grandes del mundo. Ya sea al enfrentar los insensibles procesos burocráticos con el gobierno, o la injusticia y perpetuación arraigadas de la inequidad racial o de género, el poder transformador del Cristo ofrece la esperanza de que las injusticias pasadas pueden y serán revertidas.
Mary Baker Eddy escribió: “Un poco más de gracia, un móvil purificado, unas pocas verdades dichas con ternura, un corazón más suave, un carácter subyugado, una vida consagrada, restaurarían la acción correcta del mecanismo mental, y revelarían el movimiento de cuerpo y alma en consonancia con Dios” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 354). Esta es la acción del espíritu del Cristo, que fomenta el deseo en nosotros de ver el poder de la bondad divina en acción, eliminando todos los impedimentos. Entonces, cuando nuestros mejores planes necesitan cambiar, y aún no tenemos un Plan B, el permanecer con Dios nos deja sentir la presencia divina. Y esto imparte paz, bondad divina y comprensión, lo que nos permite dejar de lado la ansiedad, el miedo y la preocupación. Hace cumplir la realidad de que no hay dos factores opuestos que obran en la vida: el Cristo es la única influencia, basada en la Verdad y el Amor divinos que es Dios, y está siempre trabajando en la consciencia humana para cambiar el pensamiento hacia la justicia, la igualdad y la inclusión.
Larissa Snorek
Redactora Adjunta