Como muchos otros, he estado orando en los últimos días sobre la difícil situación en Afganistán. La tarea de evacuar con seguridad a miles de personas me pareció abrumadora. Pero mientras oraba fervientemente, el Salmo veintitrés de repente me vino al pensamiento de una manera totalmente nueva, brindándome consuelo y fortaleza. Comienza así: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” (versículo 1 LBLA). En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy presenta una interpretación espiritual de esta línea. Ella escribe: “[El Amor divino] es mi pastor; nada me faltará” (pág. 578).
En ese momento, vi al Amor divino, Dios, como el Pastor todopoderoso, que todo lo abarca, por siempre tierno y disciplinado de cada individuo que necesitaba salir de Afganistán. Los gobiernos y otros están haciendo muchos esfuerzos diligentes y sinceros para evacuar a las personas, no obstante, sin importar qué medios estén o no disponibles humanamente, comencé a obtener una visión más elevada de lo que significa confiar y depender de la Mente divina omnisapiente y sus medios infinitamente eficaces y originales de llevar a sus hijos a un lugar seguro. De hecho, el poder de Dios, la Mente divina, es universal y amoroso, por lo tanto, es un poder en el que todos podemos confiar. Volverse fervientemente a la Mente divina trae a la luz ideas que antes no se habían visto. Como está escrito en el libro de Job, “Senda que ave de rapiña no conoce, ni que ojo de halcón ha alcanzado a ver” (28:7, LBLA).
Me recordó a los hijos de Israel y su escape de Egipto; cómo el Amor divino los pastoreó a cada paso del camino, hasta la orilla del Mar Rojo, y luego abrió un camino a través del Mar Rojo, haciendo que lo que parecía totalmente imposible para los sentidos materiales de repente fuera completamente posible. Y todos los hijos de Israel escaparon sanos y salvos. De hecho, cuando los egipcios trataron de seguirlos, el camino simplemente se cerró.
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