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Para jóvenes

¿Cómo puedo dejar de sentirme como un don nadie?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de octubre de 2021


P: ¿Cómo puedo dejar de sentirme como un don nadie?

R: Me sentía como si fuera un don nadie en mi trabajo. Cuando compartía una idea, parecía que nadie escuchaba, como si mis pensamientos y opiniones no tuvieran importancia. Como si a nadie le importara.  

Yo era la más joven allí, y para mí todos los demás parecían más inteligentes, más graciosos, más experimentados. Sentía que todos eran mejores que yo, e imaginaba que hasta se reían de mí a mis espaldas.  

Había estado estudiando la Ciencia Cristiana durante un par de años —después de que un amigo me la presentara cuando estaba en el bachillerato— y había aprendido que podía desafiar con la oración cualquier situación o pensamiento que me hiciera sentir mal acerca de mí misma. No oraba para llegar a ser tan buena como todos los demás, pero pensé que al recurrir a los libros que me habían estado ayudando, la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, podría obtener una perspectiva más espiritual de mis circunstancias. Y, por lo menos, tal vez me sentiría un poco mejor si lo hacía.

Un pasaje de los escritos de la Sra. Eddy realmente me ayudó. Ella escribió: “Cada individuo debe llenar su propio nicho en el tiempo y en la eternidad” (Retrospección e Introspección, pág. 70). Este “nicho” es una posición o rol especial en el que podemos disfrutar y compartir nuestros intereses y talentos únicos. Y eso me animó, porque me había enterado de que la Sra. Eddy hablaba por experiencia.  

Durante su vida, a menudo había sido rechazada o ignorada, no solo porque era una mujer, divorciada y, a veces, sin hogar, sino también por sus ideas. A medida que leía la Biblia, ella comenzó a ver toda la realidad de manera diferente. La Sra. Eddy descubrió que lo que es real y verdadero acerca de cada uno de nosotros es que no somos simplemente seres humanos, con limitaciones y defectos. Somos la semejanza o expresión misma de Dios, la semejanza de todo lo que es bueno.  

La Sra. Eddy finalmente escribió un libro ahora famoso llamado Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras; sanó a cientos de personas; enseñó la curación cristiana; y fundó una iglesia a nivel mundial, varias revistas y un diario internacional. Ella aprendió y demostró que todos son “alguien” en el universo de Dios, del Amor divino. ¡Somos las ideas mismas del Amor! Cada uno de nosotros tiene algo especial para dar. Es nuestro reflejo tan único de cualidades espirituales lo que nos identifica y establece nuestro valor inalterable.  

Creas o no, pensar en las matemáticas también fue de gran ayuda. Digamos que alguien le dijo al número cuatro: “Eres insignificante. No tienes ninguna importancia. Te vamos a quitar de todo el sistema”. ¿Qué pasaría? Todo el sistema se desplomaría sin el número cuatro. Así de esencial es cada número.  

Igualmente, cada una de las ideas de Dios es necesaria para hacer que toda Su creación sea completa, entera. Todo el universo de Dios se desplomaría sin ti o sin mí. Así de necesarios somos cada uno de nosotros.

Debe de haber sido por esta razón que Jesús respetaba el valor de cada persona, incluso de aquellos que eran oprimidos, menospreciados, rechazados y abusados. Su comprensión de que todos eran la hija o el hijo de Dios ayudó a que aquellos que pensaban que no eran nadie se vieran a sí mismos de manera diferente. Jesús incluso hizo esfuerzos especiales para estar y disfrutar de las comidas con los samaritanos, que a menudo eran tratados irrespetuosamente y considerados don nadies.

Verme a mí misma como una idea valiosa, distinta y espiritual que existe en el Amor —en lugar de como un mortal limitado por la edad, la personalidad y las circunstancias humanas— fue un momento decisivo para mí. Comencé a comprender que el Amor divino, mi Padre-Madre, me conoce a mí y a todos, se deleita en mí y en todos, y me aprueba a mí y a todos. Estoy hecha de las cualidades del Amor, las que tienen el propósito de ser compartidas.  

Comprendí que, aunque mis compañeros de trabajo eran brillantes, yo podía traer amor, amabilidad y alegría a nuestra oficina, los cuales también eran necesarios. Y comencé a ver que la genialidad que apreciaba en mis compañeros de trabajo también provenía de Dios. Él es la fuente de la bondad de todos, de manera que no había nada de qué sentirse celoso o intimidado. Desde la mañana en que me di cuenta de esto, ya no sentí que necesitaba competir con nadie. Y mis compañeros de trabajo comenzaron a considerar mis ideas y a apreciarme también. Pudimos trabajar juntos con respeto mutuo.

Esta experiencia me convenció de que ser “alguien” no consiste en tener un conjunto especial de habilidades o ser mejor que todos los demás. Tu valor, mi valor, el valor de todos, es un hecho ya establecido, porque Dios nos hizo para expresar todas Sus maravillosas cualidades. Y es por eso que todos somos alguien, y podemos saberlo.  

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