Hace unos años estaba enviando mensajes de texto a una colega de negocios a última hora de la noche, y ella se disculpó por no responderme antes, diciendo: “Otro niño se ha sumado al tren de la gripe y la situación se está volviendo desagradable”. Tenía tres hijos pequeños y un hogar muy activo, y yo podía escuchar el estrés y la preocupación que ella sentía por los próximos días.
Sin dudarlo, le envié un mensaje de texto: “¡No te subas al tren! ¡Que te reembolsen el boleto!”. Ella respondió con algo positivo, e hicimos planes para trasladar nuestra reunión al día siguiente.
Después de dejar mi teléfono, afirmé que puesto que Dios, el bien, es todo, no hay nada desemejante al bien; por lo tanto, no puede haber contagio ni ninguna enfermedad que tenga un curso que seguir. No necesitamos aceptar la creencia de que hay etapas de enfermedad. Toda creencia de enfermedad es destruida por la ley de la salud y la armonía divinas. El Cristo, la Verdad, como Jesús demostró, está con cada uno de nosotros, asegurándonos que Dios nos ha hecho libres de pecado y enfermedad.
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