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El hombre jamás nació en la materia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de noviembre de 2021


En una ocasión, mientras leía la Lección Bíblica que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, pensé que mi progreso espiritual parecía haberse estancado. Aunque la Lección seguía siendo una parte importante de mi estudio diario, necesitaba una nueva perspectiva.

Dios me reveló el camino para que comprendiera la inspiración que proporciona la Lección Bíblica. Además, Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, dejó muchas declaraciones y explicaciones de la verdad espiritual en sus escritos, los cuales me dieron pensamientos para reflexionar y avanzar en mi estudio. Lo que aprendemos en la Ciencia Cristiana es la Verdad discernida.

En una reunión cumbre de la Iglesia, un orador habló sobre Melquisedec. La historia de este profeta se convirtió para mí en un área a investigar para comprenderlo espiritualmente. La primera ayuda que recibí vino en el poema de la Sra. Eddy, “Christ and Christmas” (Cristo y la Navidad), donde, en su Glosario, citó de Hebreos: “Sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios” (7:3). Qué resumen de la historia de Melquisedec, a quien muchos se han esforzado por comprender, y que caminó en la tierra unos dos mil años antes de Cristo Jesús. 

Me pregunté: “¿Qué significa esto (la manifestación de Melquisedec)?”. La respuesta vino del primer capítulo del Génesis: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (versículo 26). Melquisedec representa un modelo espiritual de hombre sin un comienzo mortal de días ni un final. Nos muestra un ejemplo de nuestro verdadero ser, hecho por Dios. Como cada uno de nosotros puede aprender en la Ciencia Cristiana, reconocemos que la verdadera creación, la única creación, nuestro yo espiritual, es el reflejo de Dios. Esta es la Ciencia del ser donde nunca tuvimos “principio de días ni fin de vida”. El hombre de Dios (que incluye la verdadera identidad de todos nosotros) nunca nació en la materia. Es muy importante comprender que somos hijos de Dios, coexistentes y eternos con Él.

Me sentí inspirado nuevamente cuando descubrí la palabra preexistencia, que la Sra. Eddy usó en Escritos Misceláneos 1883–1896: “Los mortales perderán su sentido de mortalidad —enfermedad, dolencia, pecado y muerte— en la proporción en que adquieran el sentido de la preexistencia espiritual del hombre como hijo de Dios; como linaje del bien, y no de lo opuesto a Dios —el mal, o un hombre caído” (pág. 181). Dios es la vida del hombre, sin principio y sin fin. Dios es infinito, y lo infinito nunca comenzó y nunca termina. Por lo tanto, el hombre espiritual, que jamás nació en la materia, siempre ha existido. 

La Sra. Eddy no usó la palabra preexistencia en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pero su comprensión de la palabra impregna sus escritos. Por ejemplo, Ciencia y Salud dice: “Si vivimos después de la muerte y somos inmortales, debemos haber vivido antes del nacimiento...” (pág. 429). A mí no me resultó fácil comprender esto. Es un ejemplo de la nueva perspectiva que necesitaba ver, escuchar y entender.

La materia nunca comenzó con Dios, Elohim. Cuando lo comprendemos, nuestro razonamiento no puede ser oscurecido por el pensamiento dualista: la niebla que oculta la realidad divina, la creencia de que existen tanto el Espíritu como la materia. No obstante, la mente carnal, o mente mortal, engaña el pensamiento haciéndole creer en la materia. Podemos vencer el engaño de este error mediante una percepción clara de la realidad absoluta que se encuentra en la Verdad divina, el dominio y la libertad que Dios nos ha dado. No existen dos mentes: una buena y otra mala, una divina y una material. 

A través de nuestro estudio de la Ciencia Cristiana, aprendemos que la “materia buena” y la “materia mala” son irreales, ya que ambos son conceptos erróneos. El bien que percibimos es el resultado del hecho de que Dios es uno, el Todo infinito, que Se revela al hombre como espiritual y perfecto; la fuente de toda bondad, incluso en nuestra vida cotidiana.

A medida que aumenta nuestra comprensión espiritual, superamos la falsedad de una creencia en el hombre dual: tanto material como espiritual. A partir de nuestro conocimiento de la preexistencia, comprendemos que el hombre mortal nunca fue parte de la creación infinita y divina. Dios es Todo-en-todo, y el hombre espiritual es Su reflejo. Como afirma la Sra. Eddy en “la declaración científica del ser”: “El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal” (Ciencia y Salud, pág. 468). Por lo tanto, el bien que vemos a nuestro alrededor apunta al Espíritu, pero la verdadera sustancia de la bondad de Dios es cien por ciento espiritual, no material. 

Comprender esto más profundamente disuelve las creencias de que somos seres materiales que pueden manifestar pecado, enfermedad y muerte. Más bien, somos, en realidad, ideas espirituales que sólo pueden manifestar armonía. La Sra. Eddy enfatizó esto cuando dijo: “Dios, el Espíritu, al ser todo, nada es materia” (Ciencia y Salud, pág. 113).

Cristo Jesús habló de su preexistencia al decir: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Antes que Abraham fuese, y por siempre, Dios y el hombre han coexistido, eternos e inseparables. ¿Por qué Dios y el hombre son inseparables? Porque el hombre es reflejo, la imagen y semejanza de Dios. Uno no puede existir sin el otro. Si Dios está aquí, entonces el hombre está aquí, y de manera similar, si el hombre está aquí, entonces Dios está aquí. 

Toda causa y efecto son de Dios, y Él nunca creó el nacimiento, la edad, la enfermedad o la muerte. Estas creencias falsas no forman parte de la existencia inmortal. A medida que nos esforzamos por comprender estas verdades más profundamente, nuestro ser como idea espiritual sale a la luz. En el primer capítulo del Génesis, el primer mandamiento de Dios fue “Sea la luz” (1:3), y la luz trajo comprensión espiritual.

Esta inspiración me llevó a un tercer discernimiento, donde la Sra. Eddy afirma: “La Ciencia Cristiana interpreta la Mente, Dios, a los mortales. Es el cálculo infinito que define la línea, el plano, el espacio y la cuarta dimensión del Espíritu” (Escritos Misceláneos, pág. 22). La “cuarta dimensión del Espíritu” es donde realmente vivimos, y a medida que comprendemos que realmente vivimos en el Espíritu, avanzamos cada vez más por encima de los conceptos mortales. El pensamiento limitado se intercambia por las ideas infinitas, que expresan espiritualidad, cielo. Esta es la ilimitada e infinita “dimensión del Espíritu”, de Dios; realmente la única realidad; y se obtiene al expandir nuestro conocimiento de Dios, purificar nuestro pensamiento, quitar el pensamiento erróneo y aprender quiénes somos realmente; y luego vivir conforme a estos ideales. 

A medida que aprendemos más acerca de la vida eterna, también puede aumentar nuestra comprensión de la resurrección. Podemos trabajar para experimentar un tipo de resurrección (pensamiento resucitado) mientras cambiamos persistentemente nuestro pensamiento a una perspectiva superior, y entonces las creencias materiales ceden a la comprensión espiritual: “un cambio de base” (Ciencia y Salud, pág. 162). 

Al espiritualizar el pensamiento, obtenemos una visión mejor y más verdadera de nuestra inmortalidad, nuestra existencia espiritual, nuestra vida eterna. Cristo Jesús compartió estas palabras vivificantes: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Resucitamos a medida que elevamos nuestro pensamiento a los conceptos edificantes del hombre real.

Al estudiar la Ciencia Cristiana, nuestra percepción de la preexistencia y la resurrección aumenta; y fomentamos la comprensión de nosotros mismos y de los demás como ideas espirituales. Esta revelación del ser infinito amanece más plenamente en nuestra consciencia: que “el hombre no es material; él es espiritual” (Ciencia y Salud, pág. 468). Al ver la irrealidad de la mente mortal, las creencias materiales y la creación material, obtenemos la comprensión de que Dios nunca produjo nada que no fuera Su propia creación espiritual perfecta.

Con estas ideas nuevas, la Lección Bíblica nuevamente ilumina el camino recto y estrecho. Dios reveló un sendero para que yo comprendiera más profundamente la inspiración que la Lección proporciona. Lo que aprendemos en la Ciencia Cristiana es ciertamente la Verdad discernida.

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