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Para jóvenes

“Empecé a correr cada vez más rápido”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 12 de julio de 2021


En el bachillerato, corrí muchas vueltas alrededor de la pista. Para mí, correr era y sigue siendo un campo de pruebas para la Ciencia Cristiana. He tenido muchas curaciones al correr y competir.  

Durante la primavera de mi último año, mis entrenadores decidieron hacerme participar en tres actividades deportivas para el encuentro de la clasificación estatal: los 800 metros, los 1600 metros y el relevo de 4 x 800 metros. Si bien había tenido mucha práctica corriendo el relevo y los 1600, este encuentro marcaría solo mi tercera o cuarta vez compitiendo en la carrera abierta de 800 metros.  

Asistí a un bachillerato para Científicos Cristianos, y una de las formas en que nuestros entrenadores nos apoyaban era recurrir a algunas de las ideas fundamentales de la Ciencia Cristiana relacionada con correr. Por ejemplo, Dios es infinito, y nosotros somos Sus expresiones individuales. Así que nuestro equipo a menudo hablaba de que realmente era natural que cada uno de nosotros expresara cualidades de Dios —tales como, energía infinita, rendimiento, equilibrio, gracia, fuerza, etc.— en lugar de estar limitados por las capacidades personales. Nuestros entrenadores hicieron que estas ideas fueran prácticas al compartir historias de antiguos corredores que superaron las limitaciones a través de su comprensión de Dios.  

Resultó que pude clasificarme para el campeonato estatal en las tres carreras. Programaron el encuentro estatal de tal manera que las carreras de 1600 metros y 800 metros se llevaron a cabo con una hora de diferencia entre sí. La carrera de 1600 metros se realizó primero, y corrí muy bien, lo suficientemente bien como para ganar. Pero no tuve mucho tiempo para recuperarme antes de correr la de 800 metros.

A lo largo de mis años de correr, he recurrido con frecuencia a un pasaje de la Biblia que dice: “Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:31, LBLA). No importa cuántas veces haya orado con él, este versículo siempre me ha brindado renovada inspiración, y ese día no fue diferente. A pesar de mi limitado descanso entre las carreras, sabía que podía confiar en Dios para tener la fuerza necesaria. Este versículo no es sólo una buena idea; es una ley divina que había visto en funcionamiento muchas veces.

A mitad de la carrera de 800 metros, me encontré en el primer lugar. Pero cuando faltaba una vuelta para terminar, rápidamente me quedé sin fuerzas. Durante los siguientes 250 metros, pasé del primer lugar al noveno, y me sentía agotado. Ciertamente había razones humanas por las que me sentía tan cansado, pero sabía que tenía que apartar mi pensamiento de ellas y volverme a Dios, mi fuente infinita. Cuando faltaban poco más de 100 metros por recorrer, me llegó este mensaje fuerte y claro: “Dios no te trajo aquí para ser mediocre”.  

Siempre me había encantado la idea de que Dios, el bien infinito, debe expresarse en excelencia: infinitamente y con total libertad. Y con esa renovada inspiración, empecé a correr cada vez más rápido. No estaba enfocado en vencer a ninguno de los otros corredores; los corredores delanteros estaban de 30 a 40 metros por delante. Sólo quería expresar a Dios, y sabía que podía hacerlo.

Unos metros antes de la línea de meta, pasé al corredor del primer lugar y terminé ganando la carrera. Me arrodillé, agradecí a Dios y dije: “¿Qué no puede hacer Dios?” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 135). 

Ese encuentro fue uno de los ejemplos más claros que he tenido de que nuestra fuerza realmente es infinita porque nuestra fuente es infinita. Y cada uno de nosotros, por ser la expresión de Dios, puede demostrar excelencia, perfección, fuerza, equilibrio y persistencia. No podemos evitarlo; es lo que realmente somos en cada empeño.  

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