Recientemente, he sentido una profunda gratitud por las multitudes que oran por la paz y la armonía en el mundo. Aunque las culturas, las religiones y las tradiciones puedan diferir, este reconocimiento universal de la eficacia de la oración por la paz me da esperanza de que la unidad entre las personas y las naciones es una posibilidad presente, aun en medio de lo que parece ser caos, hostilidad y polarización.
Mi expectativa de que esta oración universal pueda generar armonía y unidad proviene de algo que aprendí hace años: que hay amplio acuerdo en observar y practicar lo que se conoce como la Regla de Oro. Hoy en día, según varias fuentes de Internet, esta “regla” es la esencia de más de diez religiones repartidas por todo el mundo. En otras palabras, gran parte de la comunidad global comprende que, si queremos ser tratados con justicia, compasión e igualdad, nosotros mismos deberíamos tratar a los demás de esa manera.
Como seguidora del cristianismo, me esfuerzo por practicar la regla como Cristo Jesús la enseñó en su Sermón del Monte: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti. Esa es la esencia de todo lo que se enseña en la ley y en los profetas” (Mateo 7:12, NTV).
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