En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, desafía al lector con esta afirmación: “¿Son los pensamientos divinos o humanos? Esa es la pregunta importante” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 462). Esta declaración nos alerta de la continua necesidad de estar conscientes de los pensamientos que abrigamos, de discernir su origen y naturaleza. Los pensamientos divinos, que se originan en Dios, comparten Su naturaleza como la Verdad y el Amor. Son buenos, reconfortantes, sabios y pacíficos. Como dice la Biblia: “Pues yo sé los pensamientos que tengo para ustedes —dice el Señor—, pensamientos de paz, no de mal, para darles el fin que esperan” (Jeremías 29:11, KJV).
No obstante, a lo largo de nuestro día, tal vez percibamos sugestiones impías o estímulos sensoriales que podrían bloquear o cambiar de dirección nuestro pensamiento apartándolo de Dios, o la Verdad, y engañarnos para que aceptemos una influencia falsa. La Biblia identifica esta falsificación como “la mente carnal”, la cual es “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7, KJV).
Esta denominada mente afirmaría ser capaz de contrarrestar nuestra intuición espiritual y controlarnos erróneamente. Nos haría aceptar sugestiones atemorizantes de discordia y sufrimiento como si fueran nuestra propia experiencia. De ahí la importancia de identificar y abordar correctamente los pensamientos que nos llegan conforme a esta norma divina: “Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza” (Filipenses 4:8, NTV). Esta instrucción, cuando se practica fielmente, fortalece nuestra capacidad de permitir únicamente la entrada de pensamientos divinos en nuestro hogar mental, mientras desactivamos y rechazamos a los impostores ilegales.
Reconocer continuamente que Dios es la única acción o inteligencia causativa desarrolla en nuestra consciencia el conocimiento íntimo de Su presencia, la cual nos nutre y guía, protegiéndonos de las sugestiones que socavarían el bien en nuestra vida. Ceder a Dios y amarlo de esta manera nos permite discernir, detectar y destruir todo pensamiento falso que se nos imponga, y experimentar así la acción y el gobierno armoniosos y omnipresentes de Dios.
No importa cuán atractivos o persistentes sean, no debemos temer ni obedecer a estos falsos acusadores, ya que no tienen ninguna realidad o poder derivados de Dios para influenciarnos o controlarnos. Sin embargo, para probar su nada y sanar, es importante estar consciente de ellos y abordarlos específicamente, en lugar de simplemente ignorarlos. Nuestra Guía escribe: “Un conocimiento del error y de sus operaciones debe preceder aquella comprensión de la Verdad que destruye el error…” (Ciencia y Salud, pág. 252). Entonces, ¿cuáles son algunas de las formas en las que el error, o la mente carnal, afirma operar?
SUTILEZA
Tan sofisticados y sutiles parecen ser los medios y oportunidades para la intrusión mental, que a menudo no estamos conscientes de sus agresivas insinuaciones. Por ejemplo, las teorías psicológicas, la astrología, la brujería, la adoración a los héroes, las creencias nutricionales y los anuncios farmacéuticos nos tentarían a aceptar que algo, además de la totalidad y pureza del Espíritu, constituye y gobierna al hombre (cada uno de nosotros), retrasando así nuestro progreso espiritual u oponiéndose a la curación. Al volvernos fielmente a Dios en oración, podemos mantenernos alerta y reafirmar nuestro dominio sobre estos enemigos mentales, y mantener de este modo nuestra salud y seguridad.
La Sra. Eddy repudia la supuesta sutileza de la mente carnal cuando escribe: “Ninguna clase de error puede ocultarse de la ley de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 95). Jesús ilustró este hecho al sanar al hombre enfermo de parálisis (véase Marcos 2:1-12). Al percibir la resistencia silenciosa de algunos de los líderes religiosos cuando le dijo al hombre que sus pecados eran perdonados, Jesús abordó específicamente la sutil imposición mental de la teología escolástica: que el hombre está destinado a ser un pecador, separado de Dios e incapaz de redención. Al afirmar en voz alta que “el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”, Jesús anuló la imposición que pesaba contra la constante presencia, la plenitud y la realidad de la perfección del hombre; y el hombre enfermo se levantó, completamente sano.
COMPROMISO
Al ser tentado en el desierto, Jesús se negó a comprometerse con el diablo bajo sus condiciones en una prolongada batalla de argumentos o negociaciones (véase Mateo 4:1-11). Más bien, con la autoridad del Cristo, Jesús negó rotunda y específicamente cada sugestión maligna con afirmaciones de la verdad bíblica.
Cuando el diablo trató de tentarlo para que se arrodillara y lo adorara, él respondió: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”. Al denunciar que la voz de la tentación era Satanás, Jesús se separó del control de las sugestiones carnales intrusas. Su confianza en su unidad con su amoroso Padre le permitió rechazar las tentaciones de la mente carnal como irreales e impotentes. Como consecuencia, “el diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”.
Como hijos del mismo amoroso Padre-Madre Dios, nosotros también tenemos la autoridad del Cristo para hablar con firmeza y enérgicamente a cualquier intrusión mental en lugar de comprometernos con ella. Por ejemplo, si nos sentimos tentados a cavilar sobre los síntomas corporales o a diagnosticar un dolor, podemos apartarnos de todo corazón de este falso testimonio de que algo además de Dios, el Amor, tiene poder, y mantener la verdad inmutable de la perfección espiritual que Dios nos ha dado y mantiene. Al hacer esto, podemos regocijarnos en el “fin que [esperamos]”, la curación; sabiendo que Dios es supremo en la tierra como en el cielo.
HIPNOTISMO
La Sra. Eddy usó el término magnetismo animal para señalar la naturaleza hipnótica del mal. Ella escribe: “Tal como se denomina en la Ciencia Cristiana, el magnetismo animal o hipnotismo es el término específico para el error, o mente mortal. Es la creencia falsa de que la mente está en la materia, y que es tanto mala como buena; que el mal es tan real como el bien y más poderoso. Esta creencia no tiene ni una sola cualidad de la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 103).
Me contaron la historia de un hombre que iba caminando por un bosque y se encontró con una serpiente y una rana. Las criaturas se estaban intimidando con la mirada, lo cual continuó durante varios minutos. Sorprendentemente, la serpiente nunca atacó; en vez de esto, simplemente abrió la boca, ¡y la rana saltó dentro de ella!
Tales son las hazañas hipnóticas del magnetismo animal. Esta influencia nos haría sentir impotentes e intimidados por el cuadro mortal que se presenta. Nos llevaría a creer que somos materiales y necesitamos sanar la materia, o que la curación se puede lograr manipulando la materia en lugar de reconocer nuestra naturaleza totalmente espiritual, la cual trae libertad moral y espiritual, así como curación. También puede tentarnos a descuidar nuestro deber diario de orar por nosotros mismos, o a resistirnos a orar específicamente por los demás cuando nos lo piden, o por el mundo.
Pero como cualquier hipnotizador sabe, nadie puede ser hipnotizado sin su consentimiento.
Aunque ceder a las sugestiones hipnóticas como las relacionadas con la edad, la adicción, el dolor crónico, la depresión y el contagio a veces puede parecer una obligación inevitable, nunca lo es. Y puesto que Dios es la única Mente, poder y presencia reales, y cada uno de nosotros, como imagen y semejanza de Dios, Lo refleja como nuestra única Mente verdadera, podemos negarnos a consentir ser embaucados por cualquier sugestión hipnótica. Podemos defendernos mentalmente afirmando que la Mente divina por sí sola tiene el control absoluto de nuestros pensamientos y acciones. Nuestra verdadera naturaleza espiritual no es capaz de ser cautivada ni destinada a la autodestrucción, sino que refleja la inteligencia divina para reconocer los pensamientos falsos y la libertad de descartarlos y probar que son inofensivos, carecen de valor y no tienen sentido.
La Sra. Eddy ofrece un antídoto invaluable contra las influencias mesméricas y autodestructivas cuando aconseja: “Amados Científicos Cristianos: Mantened la mente tan llena de Verdad y Amor que el pecado, la enfermedad, y la muerte no puedan entrar en ella. Es evidente que nada se puede añadir a la mente que ya está colmada. No hay puerta por la cual pueda entrar el mal, ni espacio que el mal pueda ocupar en una mente plena de bondad. Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos con ellos estáis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error y no sólo vosotros estáis a salvo, sino que todos aquellos en quienes reposan vuestros pensamientos también son por ello beneficiados” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 210).
VOLUNTAD HUMANA
Mantener la guardia sobre nuestro hogar mental no se puede lograr con éxito a través de la voluntad humana, la cual egoístamente busca impulsar sus propios planes. Más bien, es el Cristo —la influencia, la actividad y la verdad de Dios— lo que nos permite, como hizo Jesús, desafiar y liberarnos de cualquier patrón de pensamiento crónico, recurrente o destructivo que nos privaría de nuestra autonomía espiritual. En Ciencia y Salud, nuestra Guía nos aconseja: “Mantén perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y el Cristo, lo que te capacita para demostrar, con certeza científica, la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y envuelve todo el ser verdadero” (pág. 496).
Al recurrir constantemente al mensaje de dominio del Amor divino, podemos distinguir rápidamente los pensamientos verdaderos, que nos llegan de Dios, de las falsificaciones irreales de la mente carnal. Si parecemos no tener éxito en nuestros esfuerzos mediante la oración o sentimos que el progreso se retrasa, podemos examinar nuestro pensamiento y asegurarnos de que estamos abandonando la voluntad humana; no tratando de hacer algo que Dios ya ha hecho, sino amándolo a Él y lo que nos ha hecho ser. Al negar la voluntad humana, somos capaces de comprender científicamente que es incapaz de oponerse a la curación. Al abrir nuestros corazones al Cristo y a la Mente divina, vemos que la Mente por sí sola determina nuestra verdadera experiencia, capacitándonos para triunfar sobre cualquier imposición diabólica.
Ciencia y Salud afirma: “El pensamiento erróneo debe ser detenido antes que tenga ocasión de manifestarse” (pág. 452). No obstante, si pensamientos erróneos o conclusiones engañosas han pasado a través de nuestros filtros mentales, ¿estamos destinados a sufrir de sus heridas y penas? ¡No! Como nos dice un salmo, nuestro amoroso Padre-Madre Dios “perdona todas tus iniquidades”, “sana todas tus dolencias”, “rescata del hoyo tu vida” y “te corona de favores y misericordias” (Salmos 103:3, 4). Cualquiera sea el pensamiento destructivo o dañino que parezca haber pasado por nuestra consciencia, jamás entró en la Mente del Cristo, nuestra única Mente verdadera. Y no importa cuán incrustada esté una falsedad o cuánto afirme su manifestación estar en nuestro pensamiento, el Cristo nos redime y nos rescata de cualquier deficiencia o fracaso.
Cada iniquidad, toda transgresión mental, es perdonada, se demuestra que no tiene origen ni realidad y nunca es parte del hijo de Dios. Sin condenación ni acusación, la Verdad y el Amor divinos nos devuelven nuestra legítima posesión del gobierno propio. Nada en nuestro pensamiento o experiencia es irremediable o irresoluble, sino que siempre está sujeto a la verdad de Dios y al legítimo ajuste que trae la comprensión y la confianza en el Divino.
La Sra. Eddy nos da inestimable instrucción y aliento cuando escribe: “Vuestros medios de protección y defensa contra el pecado son: la vigilancia y la oración constantes para que no entréis en tentación y para que seáis liberados de toda pretensión del mal, hasta que sepáis y demostréis inteligentemente, en la Ciencia, que el mal no tiene ni prestigio ni poder, ni existencia, por cuanto Dios, el bien, es Todo-en-todo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 115).