Me gustaría expresar mi gratitud por una curación que tuvo nuestra hija hace muchos años, cuando tenía unos tres meses de edad. Un día, tuvo lo que parecía ser una convulsión, aunque fue tan breve que pensé que podía haberme equivocado. Sin embargo, poco después volvió a suceder y duró más. De inmediato recurrí a Dios, pues estaba muy asustada.
Tomé en brazos a la bebé y afirmé el amor de Dios por ella. Mi temor disminuyó cuando recordé las curaciones que nuestra familia de seis hijos había tenido. Cuando mi esposo vino a almorzar, le pedí que fuera a un teléfono público y llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento en la Ciencia Cristiana. (Acabábamos de mudarnos y aún no teníamos un teléfono en nuestra casa.) El practicista habló del amor y cuidado omnipresentes de Dios. Dijo que oraría por nosotros, y luego nos animó a asegurarnos de que amábamos a todos. Mi esposo luego llamó a mi mamá, quien vino a ayudarnos.
Cuando mamá escuchó lo que el practicista había dicho, comentó: “Bueno, sabemos lo que tenemos que hacer, ¿no es así? Tenemos que amar a papá”. Hacía un tiempo, había habido un terrible desacuerdo entre mi esposo y mi padre, con mucho resentimiento en ambos lados. Aunque el practicista no tenía forma de saber esto, evidentemente había percibido que era necesario un sentido más expansivo acerca del amor.
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