En el bachillerato, yo era una nadadora competitiva consumada, porrista del equipo de fútbol y buena estudiante. Parecía tenerlo todo: éxito y popularidad, y estar muy contenta conmigo misma. Pero nada distaba más de la verdad. Me sentía inestable e insegura de mí misma, como si estuviera fuera de lugar.
Durante mi niñez había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Me encantaba leer las historias bíblicas y aprender acerca de cuánto me amaba Dios. Pero con el tiempo sentí que mis compañeros de clase en la escuela me trataban diferente debido a mis creencias religiosas, como confiar en la oración para la curación en vez de usar la medicina occidental tradicional. Parecía que nunca me aceptaban del todo. Como no quería sentirme tan diferente, decidí seguir a la multitud y empezar a beber. Quería caerles bien.
Mi decisión de beber parecía ser parte de una progresión natural hacia la edad adulta cuando fui a la universidad. Dejé de asistir a la Escuela Dominical. La vida universitaria para mí consistía en estudiar, trabajar y salir a divertirme. Durante mi tiempo en la universidad, fui buena empleada y buena estudiante, pero mi vida social era alimentada por el alcohol y las drogas. Me exponía a situaciones peligrosas cuando estaba ebria, y no era raro que me desmayara.
Cuando tenía veinte y tantos años y hasta entrados los treinta, las cosas fueron muy difíciles. Me admitieron y completé un tratamiento de treinta días. Intenté suicidarme. Estuve confinada en numerosas internaciones psiquiátricas debido a un comportamiento peligroso al estar en estado de ebriedad. Durante un tiempo mi hijo fue atendido por mis amorosos padres. En esa época mi joven familia y yo disfrutamos de largos períodos en los que estuve sobria, pero cuando surgía algún desafío en la vida, era arrastrada por la falsa promesa de alivio del alcohol o las drogas. El caos y la destrucción gobernaban mis días, y durante todo ese tiempo, siempre tuve el deseo de dejar de beber.
Mi completa curación del consumo de alcohol y drogas fue el resultado de un despertar espiritual gradual a la realidad de quién soy realmente, la Cher que Dios había amado, ama y continúa amando. Realmente desperté después de mi última internación psiquiátrica. Lo describiría como que me rendí ante Dios y esto hizo que deseara ser sanada más que ninguna otra cosa. Sabía que Dios me amaba, y que tenía una opción de cómo vivir mi vida. Empecé a orar una vez más al Dios que había llegado a conocer en la Escuela Dominical, y finalmente llegué a comprender que Él nunca había dejado de conocerme como Su hija perfecta, pura y amada.
Oré para conocer a Dios más profunda y completamente. Me reencontré con los sinónimos de Dios en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Allí define a Dios como “El gran Yo soy; el que es todo-conocimiento, todo-visión, todo-acción, todo-sabiduría, todo-amor, y es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; toda la sustancia; inteligencia” (pág. 587). A medida que crecía espiritualmente, lo cual fue un movimiento natural del pensamiento hacia el Espíritu, comencé a familiarizarme con una lista mucho más larga de nombres para Dios, nombres en los que podía confiar: protector, consolador, Pastor, sanador, fuente de todo el bien, el gran Médico.
En el primer capítulo del Génesis en la Biblia, aprendemos que Dios es del todo bueno, sólo bueno. “Y Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículo 31). Este capítulo también explica que Dios nos hizo a Su propia imagen y semejanza, lo que significa que reflejamos a Dios, incluso todas Sus cualidades. Por ejemplo, puesto que Dios es Amor y Verdad, por ser la semejanza de Dios somos amorosos y veraces. A medida que crecía en mi comprensión de estos hechos, estaba empezando a ver que mi verdadera identidad era espiritual, completa y perfecta, hecha a imagen y semejanza de Dios.
Dios se estaba volviendo cada vez más cercano y querido en mis pensamientos, y mis decisiones de vida comenzaron a mostrar eso. Estaba aprendiendo a confiar en Dios, mi Padre-Madre, en todos mis asuntos. “No se haga mi voluntad, sino la Tuya” era una oración constante, mientras me rendía por completo al Amor divino. Como resultado de esto, la adicción a las drogas, así como la dependencia en los medicamentos para los problemas de salud mental, simplemente se desvanecieron naturalmente; mi curación fue completa. “El Amor es el libertador”, como afirma Ciencia y Salud (pág. 225).
Mi liberación de la adicción al alcohol y las drogas ha sido permanente desde hace ya más de una década. Sigo creciendo espiritualmente y practicando la curación espiritual, como Cristo Jesús esperaba que hicieran sus seguidores. Las obras sanadoras de Jesús hablan del hecho de que todos nosotros estamos gobernados por Dios, el Amor, y somos espirituales y eternos. Mi experiencia demuestra que podemos probar esta realidad para nosotros y para los demás.
Cher Cofrin
Lago Clam, Wisconsin, EE.UU.