El bachillerato estaba llegando a su fin, y yo era muy infeliz. No tenía metas ni planes verdaderos para después de la graduación. Me sentía deprimida e incluso contemplé suicidarme.
Desde niña había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero había dejado de ir. El futuro parecía sombrío, y me sentía desesperada. Al mismo tiempo, me apareció un bulto en un dedo. Probé varios remedios de venta libre, y aunque el bulto a veces se encogía después de una aplicación, siempre volvía.
Mi familia vio mis luchas, y mi mamá finalmente me preguntó si estaría dispuesta a hablar con una practicista de la Ciencia Cristiana, alguien que ayuda a otros a sanar a través de la oración.
“Sólo esta vez”, me animó.
Así que, muy a regañadientes, acepté hacerlo.
Me encontré con la practicista en su oficina, y cuando me preguntó qué me preocupaba, levanté el dedo. Para mi sorpresa, ella lo movió a un lado y dijo: “No, ¿qué es lo que realmente te molesta?”
Dudé un minuto y luego le conté en detalle el panorama tan sombrío que tenía. Le dije que sentía que yo no importaba. Que pensaba que era como una partícula insignificante en un mar de un millón de personas. Le dije que mi vida parecía desesperada, entonces las lágrimas comenzaron a fluir.
Ella escuchó pacientemente, y cuando terminé de decirle todo lo que estaba mal, me recordó lo que había aprendido en la Escuela Dominical: que yo era la obra perfecta de Dios. Hablamos del Principio divino, otro nombre para Dios: que se expresa en toda Su creación, incluso en mí, como la armonía y el propósito perfectos. También leímos en voz alta el Himno 51 del Himnario de la Ciencia Cristiana, que dice en parte:
El Creador al hombre dio
Su gracia y poder; en él ha reflejado Dios
Su omnipotente ser.
Ningún defecto pudo dar
el Dios que es Creador al hombre.
(Mary Alice Dayton)
Allí mismo, en la oficina de esa practicista, empecé a ver mi valor como la expresión de Dios, el hombre —Su amado hijo— y mi inseparabilidad de la bondad de Dios. Me di cuenta de que Él realmente me estaba proporcionando todo lo que necesitaba: alegría, amor, paz y propósito.
Oramos juntas, y por primera vez en mucho tiempo, pude apartar mi mirada del sentido desalentador y limitado de la existencia y volverme a Dios como mi verdadero creador y Padre-Madre, revelando todas las posibilidades inherentes a mi verdadera naturaleza espiritual. Sentí que el amor de Dios era muy real.
La practicista dijo que seguiría orando por mí, y me fui. Al alejarme, sentí que una nube oscura y opresiva se había alejado de mi vida. Me sentí tan libre.
Pero ese no fue el final de la curación. El bulto que había parecido tan permanente comenzó a reducirse y luego desapareció por completo en uno o dos días.
Entonces, mi consejera de la escuela me contó que había un puesto de trabajo en el departamento de carreras profesionales que ella pensaba coincidía muy bien con mis habilidades empresariales. Solicité el puesto y pronto empecé a trabajar en una empresa de inversiones, donde aprendí mucho y permanecí varios años. Adquirí más confianza y sentí que me valoraban.
Lo mejor de todo fue que los pensamientos de depresión y suicidio se fueron y jamás regresaron. Me sentí nuevamente llena de esperanza y estaba convencida de que estaba bajo el cuidado amoroso de Dios, lo cual me dio una perspectiva totalmente diferente de mi vida y el futuro.
Este fue un punto decisivo en mi práctica de la Ciencia Cristiana. Esta curación cambió mi vida, y después de eso, fue imposible no reconocer el valor de la Ciencia Cristiana y ponerla en práctica para superar otros problemas a medida que surgieron en mis últimos años de adolescencia y más allá. También fue natural para mí afiliarme a La Iglesia Madre, así como a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico.
Ahora puedo decir que realmente siento el amor y la presencia de Dios en mi vida, y que, desde esta curación, nunca más volví a sentir que la esperanza estaba fuera de mi alcance.