La primavera pasada estuve sumamente ocupada. Dos hijas adoptivas adolescentes, mi propia hija de veinte y tantos años, mi esposo y yo estábamos todos en cuarentena juntos. A principios de mayo, cuando los lugares públicos comenzaron a reabrir, mis hijas se volvieron activas, regresando a sus actividades y visitando amigos. Eran consideradas y respetuosas de la ley, pero, no obstante, activas.
Después, más tarde ese mes, algunos en nuestra casa desarrollaron síntomas de resfriado leve, y yo empecé a tener dificultad y dolor al respirar cuando caminaba. Me preocupaba tener el coronavirus.
Una noche, cuando me sentía incómoda y estaba orando profundamente, me vinieron estas palabras de un himno del Christian Science Hymnal: Hymns 430–603: “Mi alma está bien” (Horatio G. Spafford, adaptado, N° 596). La tentación de preguntarme acerca de mi salud suavemente dio paso al profundo despertar espiritual de que por ser la creación de nuestro Padre-Madre Dios completamente bueno, yo soy completamente buena, santa y perfecta. Todo está bien con mi ser, con todo lo que soy.
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