Una noche, volví de cenar después de una práctica a campo traviesa y con mucha tarea por hacer, lo cual era normal. Me sentía cansado y comencé a notar que se avecinaba un dolor de cabeza. Tomé una siesta, y cuando me desperté, el dolor de cabeza no había disminuido; de hecho, había llegado a tal punto que no estaba seguro de si sería capaz de orar por mí mismo con eficacia. Así que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda.
El practicista me dijo que podía orar con hechos espirituales acerca de mí mismo; por ejemplo, que soy un hijo perfecto de Dios y que soy puro, inocente y santo. Me recordó que, debido a estos hechos espirituales, yo estaba a salvo y nada podía hacerme sufrir. Comencé a orar con estas ideas, pero sentí que sería bueno pasar la noche en el centro de enfermería de la Ciencia Cristiana de mi universidad. Llamé a las enfermeras de la Ciencia Cristiana y fui a pasar la noche allí.
Después de una noche inquieta, me desperté con fiebre y parecía estar manifestando síntomas de varicela; por ende, no podía regresar a mi dormitorio (en obediencia a las leyes de salud pública con respecto a una presunta enfermedad contagiosa). No puedo decir que estuviera afirmando mi identidad espiritual como hijo de Dios, aunque sabía que hacerlo podía sanarme. El magnetismo animal, o la falsa creencia de que hay una fuerza que nos arrastra lejos de nuestra unidad con Dios, parecía muy agresivo. En ese momento, estaba permitiendo que esta creencia falsa entrara en mi pensamiento y yo esperaba sobre todo que el problema disminuyera por sí solo.
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