En el hemisferio norte está terminando otro verano de extremos. Al comentar sobre un informe reciente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, dijo que estamos “firmemente encaminados hacia un mundo inhabitable”. Pero he descubierto que la fortalecedora acción de Dios nos mueve hacia una respuesta plena y productiva a las preocupaciones ambientales.
Hay un ejemplo poderoso en la Biblia. El libro de los Hechos ofrece un relato de San Pablo y otros en un barco en mar abierto, cuando se encontraron atrapados en una tormenta. Dice: “Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” (Hechos 27:20).
Pero a pesar de las terribles circunstancias, Pablo dijo: “Os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (Hechos 27:22-24). Sobrevivieron a la tormenta, y Pablo continuó su obra de predicar el cristianismo con la misma ayuda e inspiración divinas que los había protegido.
La historia de Pablo trata sobre asumir un compromiso con Dios, el Espíritu. Al recurrir a Dios, nos volvemos más conscientes de nuestra verdadera naturaleza como expresiones espirituales de Su amor, inteligencia y fortaleza. Ante los problemas climáticos, podemos ser testigos más grandes de lo que Dios, el Amor divino, saca a relucir en nosotros: la fuerza que supera los miedos y los sentimientos de limitación y vulnerabilidad.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, pasó toda una vida dedicada activamente a Dios y siendo testigo de lo que el Amor divino pone de manifiesto en términos de transformación y curación. En una ocasión, después de un período sin lluvia, un granjero vecino no podía mantener su ganado, ya que su pozo se había secado. Al escuchar esto, ella exclamó: “¡Oh! si tan solo supiera, el Amor llena el pozo”. Al día siguiente, el granjero descubrió que nuevas aguas habían llenado el pozo, a pesar de que no había habido más lluvias. (Véase Yvonne Caché von Fettweis y Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 177.)
Este es ciertamente un poderoso ejemplo de las infinitas posibilidades del Amor divino. Pero no sugiere que nuestra ayuda al medio ambiente sea librada a la oración de otra persona. Se trata de que todos participemos con el mundo como sanadores. La vida basada en la oración logra cosas buenas.
Hace poco, una noche especialmente cálida, mientras corría, me comenzaron a doler las piernas, mi respiración se volvió pesada y el calor se sentía sofocante. Abrumado por la situación, volví a casa caminando. Oré, no específicamente sobre el calor y su aparente efecto en mí, sino para reconocer el poder de Dios que lo abarca todo. Oré para ver que nuestro propósito es ayudar a sacar a la luz más de la bondad y el amor de Dios que se reflejan en toda Su creación.
Al obtener una mayor claridad sobre cómo participar activamente como sanador, pronto me sentí revitalizado, y el calor ya no fue un problema. Pude salir a correr una distancia larga un par de días después, a pesar de que era una noche igualmente cálida.
Este es solo un ejemplo de cómo la vida basada en la oración ha traído inspiración y curación. Pero incluso las experiencias sencillas son una prueba de que cuando se enfrentan problemas más grandes, tales como el cambio climático, la oración conduce a soluciones reales. De hecho, a través de la oración, me he sentido inspirado a encontrar formas de vivir que no afectan tanto el planeta, como recolectar las lluvias de invierno para usarlas en el verano. Me estoy identificando menos como consumidor y más como sanador, encontrando un bien imparable que hacer.
Avanzamos en la vida con claridad cuando damos testimonio activo de Dios, el bien, en cada situación. Encontramos que nuestra atmósfera está en función del pensamiento que le aportamos. Entonces, a medida que nos esforzamos por expresar más plenamente el amor divinamente inspirado, nuestros cuerpos y nuestras vidas se fortalecen, las situaciones se sanan, se hacen usos evidentemente mejores de los recursos.
La Sra. Eddy dijo: “El Amor divino es nuestra esperanza, fortaleza y escudo. No tenemos nada que temer cuando el Amor está al timón del pensamiento, sino todo para gozarlo, en la tierra y en el cielo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 113). Nuestra respuesta a los informes acerca de la fatalidad climática puede estar llena de amor en lugar de desesperación, y de valor para ver más de la bondad y el cuidado de Dios en nuestras vidas y en el universo.
