Era una noche tormentosa en medio del campo. Mi acompañante y yo nos dirigíamos a la siguiente ciudad cuando la lluvia comenzó a caer con tanta ferocidad que supimos que no podíamos continuar. De hecho, nos deslizamos del costado de la carretera hacia el barro, y nos quedamos allí mientras llovía y llovía y llovía.
Sabía que la lluvia en algún momento se detendría. Pero si llegaba tarde a casa, no podía garantizar que alguna vez me permitieran tener otra cita, y parecía que estábamos destinados a quedarnos allí toda la noche. No había otros autos en la carretera, los teléfonos celulares aún no se habían inventado, y sabía lo preocupados que estarían mis padres.
Estuve inquieta por ello durante un par de horas, hasta que tuve un pensamiento sorprendente. Yo era Científica Cristiana. Y había aprendido en la Escuela Dominical que Dios estaba allí con nosotros y enviaría la ayuda que necesitábamos. Las palabras de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana me vinieron al pensamiento claramente:
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