“¿Quién está a cargo aquí?” ¿Con qué frecuencia has escuchado esa pregunta, súplica o exigencia? Jesús se encontró a menudo con la pregunta de una forma u otra. Las autoridades religiosas y políticas de su época desafiaban muchas veces su autoridad para sanar. Pero Jesús comprendía que la única autoridad real es la de Dios y Su Cristo. Esta autoridad del Cristo sustenta su obra sanadora. Los funcionarios humanos, cualquiera que fuera su rango, no tenían poder para restringirla.
Una vez, se acercó a Jesús un centurión del ejército romano cuyo siervo estaba enfermo (véase Mateo 8:5-13). Aunque estaba en posición de ejercer la autoridad oficial sobre los hebreos, incluyendo a Jesús, el centurión, al buscar ayuda para su siervo, reconoció la autoridad superior del Maestro. Jesús se ofreció a ir de inmediato. Pero en ese momento, el centurión manifestó algo extraordinario. Dijo que él no era lo suficientemente digno como para que Jesús viniera a su casa; que podía sanar a su siervo con una palabra. Él reconocía la autoridad cuando la veía, porque él mismo la tenía como comandante militar. Confiaba en que Jesús sanaría al siervo sin una visita personal.
Jesús recibió su comentario con alegría. La Biblia dice que se maravilló, y les dijo a los que lo seguían: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.
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