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¿Burocracia? ¿No había salida?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de julio de 2022


“¿Quién está a cargo aquí?” ¿Con qué frecuencia has escuchado esa pregunta, súplica o exigencia? Jesús se encontró a menudo con la pregunta de una forma u otra. Las autoridades religiosas y políticas de su época desafiaban muchas veces su autoridad para sanar. Pero Jesús comprendía que la única autoridad real es la de Dios y Su Cristo. Esta autoridad del Cristo sustenta su obra sanadora. Los funcionarios humanos, cualquiera que fuera su rango, no tenían poder para restringirla.

Una vez, se acercó a Jesús un centurión del ejército romano cuyo siervo estaba enfermo (véase Mateo 8:5-13). Aunque estaba en posición de ejercer la autoridad oficial sobre los hebreos, incluyendo a Jesús, el centurión, al buscar ayuda para su siervo, reconoció la autoridad superior del Maestro. Jesús se ofreció a ir de inmediato. Pero en ese momento, el centurión manifestó algo extraordinario. Dijo que él no era lo suficientemente digno como para que Jesús viniera a su casa; que podía sanar a su siervo con una palabra. Él reconocía la autoridad cuando la veía, porque él mismo la tenía como comandante militar. Confiaba en que Jesús sanaría al siervo sin una visita personal.

Jesús recibió su comentario con alegría. La Biblia dice que se maravilló, y les dijo a los que lo seguían: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.

Jesús y el centurión recurrieron a la autoridad como a algo más grande que el hombre que la ejercía, y como lo que está siempre disponible para aquel que comprende lo que es y cómo funciona. Jesús reconoció la autoridad del Cristo para hacerse cargo de la situación. Este poder nunca está restringido por la distancia, el tiempo o las reglas humanas.

Ciencia y Salud explica al Cristo de esta manera: “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (pág. 583). El libro enfatiza que Jesús y el Cristo son distintos y están inextricablemente relacionados. Jesús era un hombre, nuestro Maestro y Salvador. El Cristo era su naturaleza divina, la que le permitía sanar. Para algunos, esa distinción tal vez parecía limitar el poder de Jesús. De hecho, es lo que le dio su notable capacidad de sanar. Muestra que el poder del Cristo es divino y eterno. Jesús ya no camina por la tierra, pero el Cristo continúa estando presente para todos, destruyendo la apariencia de un poder aparte de Dios. Somos capaces de percibir esta ley de Dios en acción y de liberarnos de cualquier esclavitud a las leyes materiales.

Pues bien, esto no significa que podamos ignorar las leyes civiles y penales. Pero la oración que se basa en la comprensión de Dios nos permite probar que ni una ley humana injusta puede privarnos de nuestra felicidad, inteligencia y capacidad para bendecir a quienes nos rodean. Las “leyes materiales” que necesitamos impugnar son aquellas que se derivan de la creencia de que la materia, el mundo físico, tiene inteligencia y poder. La exigencia es que nos volvamos a Dios y escuchemos atentamente Su guía para expresar el amor del Cristo. Esa es nuestra autoridad. Y esa expresión nunca está constreñida por la distancia, el tiempo o las reglas mortales.

Nuestra familia recientemente tuvo la oportunidad de probar esto cuando viajamos a Indonesia. Al llegar al aeropuerto, el oficial de inmigración no quería permitir que mi hijo ingresara al país porque su pasaporte no cumplía con un requisito de entrada estricto y bastante inusual; uno que, en ese momento, estaba fuera de nuestro control. El oficial de inmigración fue cortés, amable y respetuoso, pero firme en su intención de enviar a nuestro hijo de regreso a nuestro país de origen en el próximo avión.

Sin embargo, estuvo de acuerdo en hablar sobre la situación. Al entrar en esa reunión, oré pidiendo guía en mi propia expresión del Amor divino, del Principio. El plan no era ni del oficial ni mío. Esta era una oportunidad para expresar a la Mente, Dios. Recordé la carta de Pablo a los Romanos, que declara: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios” (Romanos 8:38, 39). La armonía es el producto del Principio, y está presente en nuestras vidas a medida que permitimos que Dios tenga el control. Mientras el funcionario de inmigración y yo hablábamos durante dos horas, mi esposa fue a buscar un teléfono público para pedirle a una practicista de la Ciencia Cristiana en los Estados Unidos que orara por nosotros.

Después de que mi esposo y mi hijo desaparecieron, recordé tres himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, los números 20, 139 y 278, los cuales tratan sobre escuchar y obedecer la palabra de Dios. Me recordaron que debía dejar de lado cualquier ansiedad o frustración y simplemente escuchar la guía divina. El Himno 278 incluye estas palabras:

Es la Verdad que nos brinda firmeza,
y tu oración al Señor debe ser:
dame Tu gracia que fiel me sustenta,
y en obediencia Tu voz seguiré.

Y el himno 139 dice, según versión en inglés, “Nuestro Padre a todo llamado responde”.

Yo estaba muy atenta, solo esperaba la indicación de Dios. Había una serie de teléfonos diferentes a cualquiera que hubiera visto, y nada de lo que yo tenía dinero, tarjetas de crédito, etc. los hacía funcionar. Les pregunté a tres mujeres en la única tienda del aeropuerto cómo funcionaban los teléfonos. Después de quince minutos de tratar de entendernos, comprendieron la frase “llamada internacional” y todas comenzaron a reírse. “¡Estos teléfonos no! Afuera, sal afuera”, me dijeron.

A una larga distancia, fuera del aeropuerto, encontré un teléfono reconocible, pero parte del teclado estaba roto por lo que no podía aceptar mi número de tarjeta de llamada. Llamé a la operadora para pedir ayuda, pero ella no hablaba inglés y yo no hablaba su idioma. Caminé la larga distancia de regreso al aeropuerto, me senté y me puse a escuchar atentamente una vez más. Muy claramente, me sentí impulsada a volver al teléfono roto e intentarlo de nuevo.

Me vino la idea de buscar otra tarjeta telefónica. En mi libreta de direcciones encontré el número de una tarjeta que solo usaba los números que funcionaban en el teclado. Pero habían pasado al menos cuatro años desde que la usé. Así que pensé que el número no funcionaría. Comencé a regresar al aeropuerto, pero sentí el impulso de probar ese número. Cuando obedecí, descubrí que esta vez no había demora. La practicista respondió de inmediato. Ella citó de la Biblia, y dijo que el gobierno está sobre “su hombro [del Cristo]” (Isaías 9:6). No necesitábamos encontrar una manera de pasar por encima de las reglas. No teníamos que negociar con la mente mortal o la voluntad humana. Teníamos que reconocer la autoridad del Cristo.

Así como mi esposa se conectó con la practicista, se hizo una conexión con el funcionario de inmigraciones. Comenzó a decir que tal vez estaría bien dejar que mi hijo se quedara, siempre y cuando entendiéramos que era una excepción única y no podía volver a suceder. Rápidamente acepté, le agradecí al hombre, le agradecí a Dios y salimos del aeropuerto para comenzar nuestras vacaciones.

La voluntad humana, la tecnología, la ley material —aunque los gobiernos o funcionarios antiguos o modernos confíen en ellas— son impotentes ante el hecho de que solo Dios gobierna todo.

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