El estuche de los AirPods no estaba en mi bolsillo. Había estado paseando por el Parque Centenario de Seattle y hablando por teléfono usando mis auriculares. Pero cuando fui a guardarlos después de la llamada, el estuche no estaba allí. Volví sobre los pasos de mi caminata de casi cinco kilómetros y registré mi auto, pero no pude encontrarlo en ninguna parte. Estaba molesta conmigo misma por perderlo, especialmente porque era caro y nuevo, y mis auriculares de botón muy pronto serían inútiles sin él: ahora no tenía forma de cargarlos.
Llamé a mi mamá para desahogarme. Ella escuchó mis frustraciones, luego trató de tranquilizarme compartiendo algunas ideas con las que podía orar. Si bien no recuerdo los detalles, sé que estas ideas se relacionaban con lo que había aprendido mientras crecía en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana sobre la bondad y la guía de Dios. Aunque esas ideas me ayudaron a sentir un poco mejor, admito que realmente no quería escucharlas. ¡Quería que ella se compadeciera de mí!
Durante los días siguientes, seguí sintiendo lástima de mí misma. No quería orar por esto; solo quería recuperar mi estuche. Decidí ver si había algún grupo comunitario de Facebook donde publicar un mensaje sobre el estuche perdido, e incluso hice algunos letreros de papel que puse alrededor del parque. Aun así, nadie se acercó para decirme que lo había encontrado.
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