¿Una clase de buceo? ¿En pleno invierno? Había crecido en un clima cálido y vivía cerca del océano, así que me sentía perfectamente a gusto en el agua. Pero parecía bastante irreal caminar en las noches oscuras y frías envuelta hasta la cabeza en mi abrigo, y con botas y bufanda para tomar esta clase en mi universidad del Medio Oeste.
Sentía que mi valentía y capacidad física eran continuamente amenazadas. Me había encantado nadar toda mi vida, pero el buceo me parecía muy diferente. Escucharme respirar era inquietante, y la máscara, la boquilla, el tanque de aire con correas, el cinturón de pesas y las aletas me daban una sensación que rayaba en la claustrofobia.
Como mi universidad era una escuela para Científicos Cristianos, mis amigos y yo abordábamos este curso con la oración. En experiencias difíciles pasadas, había aprendido a confiar en esta poderosa declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494).
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