Estaba a punto de mudarme y comenzar mi primer trabajo verdadero después de la universidad. Este paso era el cumplimiento de un sueño, y realmente deseaba que llegara el día de empezar a trabajar. Sin embargo, sentía una gran tristeza mientras empacaba.
Mi madre y yo acabábamos de tener otra amarga discusión; la última a lo largo de varios años difíciles de nuestra relación. Estos desacuerdos generalmente comenzaban por algo pequeño y luego se intensificaban hasta convertirse en airadas críticas de una a la otra. Ahora parecía que me iría de casa en malos términos con mi mamá.
Un obstáculo entre nosotras era mi fe cada vez más profunda en Dios. De niña, mi madre no había asistido a la iglesia y tendía a ver la religión con escepticismo. Entonces, cada vez que yo trataba de compartir, aunque fuera un poco de lo que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana, ella lo descartaba con impaciencia. Me dolía que menospreciara lo que era más importante para mí.
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