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¿Es la fuerza de voluntad nuestro poder para sanar?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 27 de junio de 2022


Busca el significado de fuerza de voluntad, y pensarías que es imprescindible. Entre sus sinónimos se encuentran dominio propio, contención propia y autocontrol.

No es de extrañar, entonces, que muchos consideren que la fuerza de voluntad es un aliado clave para recuperar la salud. En el ambiente médico, se describe que las personas “luchan contra la enfermedad” o ejercen “la mente sobre la materia” en muchos enfoques alternativos.

No es así como Jesús describió su práctica sanadora. Su historial de curación sigue siendo inigualable, no obstante, dijo: “Yo no puedo hacer nada por mí mismo: … No busco mi propia voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha enviado” (Juan 5:30, KJV). 

En la Ciencia del Cristo —la Ciencia divina que respaldaba la obra sanadora de Jesús y que Mary Baker Eddy descubrió— se entiende que la voluntad de Dios se expresa como la ley divina del bien para todos, la cual es el verdadero poder que sana. Esta ley sostiene nuestro bienestar y nos capacita para reclamar y recuperar la salud cuando parece estar perdida, al sacar a la luz la identidad subyacente que tiene cada uno de nosotros. Esta identidad no es material, no se deriva de la materia, sino espiritual, “nacid[a] del Espíritu” (Juan 3:6). 

Comprender nuestra identidad como el hombre de la creación de Dios, nacido de Dios y gobernado por Dios, el Espíritu, revela cualidades ilimitadas derivadas del Divino que cada uno de nosotros posee en sí mismo, incluida la salud. Por lo tanto, a través del estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, llegamos a discernir y demostrar cada vez más una armonía que ya es nuestra en vez de sentir que dependemos de una férrea determinación personal para asegurar la salud y el bienestar. Esta armonía innata es el reflejo —nuestro y el de todos— de la naturaleza armoniosa misma de Dios. Al buscar y aceptar lo que es verdad acerca de Dios, reconocemos lo que es verdad acerca de nosotros mismos y de los demás.   

Por el contrario, esforzarnos por obtener victorias de cualquier tipo con solo desearlo es alejarse de la voluntad siempre benigna de la Mente divina, Dios, la cual, como la Ciencia revela, tiene todo el poder. Debido a la luz de la omnipotencia de la Mente, ninguna voluntad personal tiene poder; dicha voluntad es una inversión irreal del hecho espiritual de que hay una sola causa verdadera. Esta idea de que Dios es la causa única y totalmente buena era la autoridad detrás de las curaciones de Jesús, el poder que es el Cristo. Y aún hoy, es el Cristo que saca a la luz nuestra verdadera identidad espiritual. 

Jesús demostró enfáticamente que el impacto de esta luz del Cristo es sanador. El objetivo primordial de dicha curación mediante el Cristo es someter el mismísimo yo que se destaca en esos sinónimos de la fuerza de voluntad. Esta es una identidad material aparente que cree estar separada de la Mente divina, como una entre miles de millones de mentes mortales independientes y en conflicto. La oración para sentir la presencia de Dios hace emerger una espiritualidad inherente a nosotros que desplaza los elementos temerosos, ignorantes o pecaminosos de este sentido erróneo de nuestra identidad. Tal oración consiste en ceder ante el Cristo, el que sana nuestros males a medida que somos elevados hacia una mayor comprensión de lo que somos como hijos amados de Dios.

A veces, estas curaciones pueden ser de dolencias relativamente menores, pero la Ciencia Cristiana también tiene un registro de curaciones de enfermedades consideradas graves que ninguna cantidad de fuerza de voluntad humana podría comenzar a lograr siquiera. Todos los relatos bíblicos de las curaciones de Jesús registran dichas restauraciones: el resultado de su consciencia de la presencia sanadora de Dios y de la verdadera identidad espiritual de todos que sacaba a la luz la realidad de la salud ininterrumpida. Por ejemplo, Jesús le dijo a un hombre incapaz de levantarse del suelo: “Levántate, toma tu lecho, y anda” (Juan 5:8). Después de décadas de vivir con esta enfermedad, el hombre instantáneamente hizo precisamente eso. 

La autoridad sanadora detrás de las palabras de Jesús fue el poder de Dios que le permitió saber que lo que decía era posible porque la voluntad de Dios para todos es la armonía y la salud. Esta comprensión impulsó al sentido corporal equivocado de un cuerpo enfermo a ceder ante el hecho espiritual de la identidad eterna del hombre que refleja a Dios. 

La comprensión que ofrece la Ciencia Cristiana de la fuerza de voluntad humana no es totalmente negativa. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras explica cómo puede emplearse apropiadamente: “El poder de la voluntad humana debiera ser ejercido únicamente en subordinación a la Verdad; de lo contrario, guiará mal el juicio y soltará las propensiones más bajas” (Mary Baker Eddy, pág. 206). 

Un domingo por la mañana, estaba atendiendo un esguince de tobillo muy doloroso y lamentando la posibilidad de perderme mi habitual “caminata de oración” a la iglesia. Mientras reflexionaba sobre eso, sentí que estaba en línea con la Verdad —que es Dios, el bien infinito— saber que nada podía privarme de este tiempo sagrado de comunión con el Divino. Sobre esa base, salí de la casa, no con una determinación tenaz, sino con la expectativa de experimentar la armonía que según yo comprendía era mi identidad espiritual. Al principio, mis pasos fueron tan dolorosos como lo habían sido desde que me torcí el tobillo la noche anterior, pero a medida que continué afirmando la armonía espiritual que Dios nos otorga a todos, el dolor disminuyó. Antes de llegar a la iglesia, había desaparecido por completo.

El poder de Dios es el que debemos tener. Es omnipotente, todo poder. A medida que el Cristo, la Verdad, nos eleva hacia el sentido espiritual de Dios como la única autoridad sobre nosotros, hallamos que “La Verdad, y no la voluntad corporal, es el poder divino que dice a la enfermedad: ‘Calla, enmudece’” (Ciencia y Salud, pág. 144) y demuestra la salud que Dios nos ha dado. 

Tony Lobl
Redactor Adjunto

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