En enero de 2020, con el aumento de las insinuaciones de los medios de comunicación acerca de una inminente plaga mundial, la atmósfera se estaba impregnando de miedo. Esta fue una llamada de atención para que incluyera esto en mis oraciones diarias.
Al volverme a Dios en busca de dirección, fui guiada a algo que Mary Baker Eddy escribió en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Echar fuera el mal y el temor permite que la verdad tenga más peso que el error. El único curso es tomar una actitud antagónica contra todo lo que se oponga a la salud, la santidad y la armonía del hombre, la imagen de Dios” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 392). Tomé el “curso” de desafiar absolutamente el temor que comenzaba a apoderarse del mundo entero y confiar en Dios.
Luego, a mediados de febrero de 2020, comencé a experimentar síntomas de un severo resfriado de pecho. Tomé dos decisiones. Primero, confiaría en Dios pasara lo que pasara; tal como los tres hombres hebreos arrojados a un horno de fuego por el rey Nabucodonosor confiaron en Él y salieron sanos e ilesos y ni siquiera el olor de fuego pudo tocarlos (véase el libro bíblico de Daniel, capítulo 3). Segundo, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a través de la oración. Sugirió que empezáramos por aceptar la verdad del hombre como la semejanza pura de Dios, el Amor divino, lleno de gracia y de la belleza de la santidad.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!