Mi esposa y yo habíamos disfrutado de vivir en nuestro hogar durante casi veinte años, y hecho muchos cambios y mejoras durante ese tiempo. Pero decidimos buscar una nueva casa en un área más conveniente.
Nos dimos cuenta de que debíamos dar los pasos correctos para que la casa pudiera anunciarse adecuadamente y garantizar que las cuestiones legales estuvieran en orden. También comprendimos que debíamos tener en cuenta consideraciones espirituales para mudarnos, y eso vino a través de la comprensión de la diferencia entre nuestra casa de ladrillos y cemento y una opinión más elevada del hogar: nuestro hogar eterno en el reino de los cielos.
Al referirse al hecho de que no tenía una casa permanente, Jesús dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Y al mencionar el hogar espiritual que él sabía que era suyo y de todos, declaró: “El reino de Dios dentro de ustedes está” (Lucas 17:21, KJV).
Esta idea del reino de Dios dentro de nosotros sirvió como un buen recordatorio de que cada aspecto de todo el procedimiento debía comenzar con un fundamento espiritual firme; partiendo de la base de que nunca podíamos mudarnos de nuestro verdadero hogar, el reino de los cielos.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy define el cielo, en parte, como “armonía” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 587). Entonces, aunque al principio no sabíamos si era correcto que pusiéramos nuestra casa en venta, sí sabíamos que podíamos demostrar la armonía del hogar al comprender más plenamente que el hombre y la mujer, creados a imagen de Dios, viven en armonía.
La Biblia explica: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16, 17). Mi esposa y yo comprendimos que esta era la promesa de nuestro hogar eterno y nuestra relación con Dios. Por ser Sus hijos, cada uno de nosotros tiene el derecho a disfrutar de un hogar pacífico, seguro y armonioso. ¡Qué alegría fue saber que estábamos, en ese mismo momento, viviendo en el reino de los cielos como coherederos con Cristo!
Sabíamos que podíamos poner en venta nuestra casa, pero nunca podríamos mudarnos de nuestro verdadero hogar espiritual
En Salmos leemos: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Salmos 90:1, 2). Confiamos en esta declaración bíblica. Y dado que Dios llena el espacio infinito, siempre estamos en casa en nuestra situación residencial eterna e inmutable. Dios no la cambiaría, y Su descendencia no tendría ninguna capacidad o deseo de dejar nuestra Mente progenitora amorosa y divina. Qué consuelo saber que no estamos fuera del reino de los cielos tratando de entrar; el reino de los cielos está dentro de nosotros, y, en consecuencia, siempre estamos dentro del reino de los cielos.
A cada paso del camino, mi esposa y yo le pedimos a Dios Su guía, y escuchamos, en lugar de pedir y luego dar a la Mente divina la respuesta que nos parecía correcta. Sabíamos que, ya fuera que nos mudáramos de casa o nos quedáramos donde estábamos, jamás podríamos desviarnos del lugar que nos correspondía.
Finalmente, nos pareció correcto poner nuestra casa en venta. Sin embargo, después de que se completó la transacción y se intercambiaron los contratos, de repente, quitaron del mercado la casa que habíamos planeado comprar. Dos días hábiles después, teníamos que recoger nuestros muebles, ¡y ahora nos enfrentábamos a la posibilidad de no tener una dirección a donde enviarlos! Oramos para asegurarnos de que confiábamos en las verdades que habíamos estado estudiando y, con tan solo un día para encontrar una casa adecuada, consultamos con los agentes inmobiliarios.
Esa mañana no tuvimos ningún éxito. Las únicas propiedades que pudimos ver fueron las que estaban vacías, ya que no teníamos tiempo para que la gente se marchara antes de que necesitáramos mudarnos. Por la tarde, sabíamos que el lugar correcto nos estaba esperando. Decidimos probar con un agente inmobiliario que se ocupaba mucho de tierras agrícolas y granjas, en lugar del tipo de casa que estábamos buscando. Mi esposa entró en la oficina, y para cuando estacioné el auto, ella ya había visto una fotografía de una propiedad en la misma área donde habíamos planeado mudarnos. Esta incluso tenía características que nos gustaban más que las de la casa que originalmente habíamos intentado comprar. Cuando preguntamos, nos dijeron que estaba desocupada y que podíamos tomar posesión de ella de inmediato. Vimos la propiedad esa tarde, y nuestra oferta fue aceptada.
Este fue un excelente paso de progreso, pero aún teníamos que enfrentar el prolongado papeleo legal sobre la propiedad, que todavía debía prepararse. Una vez más, sabíamos que nada podía impedir que fuéramos testigos de la manifestación de nuestro verdadero hogar. Volvimos a ver a nuestro abogado, que sonrió al ver la dirección. Él había vendido el terreno original para fines de construcción cuando se puso a la venta por primera vez, la única vez que se había anunciado su venta. Su trabajo previo con esta propiedad le permitió tener la documentación preparada al siguiente día hábil. Los contratos se firmaron e intercambiaron, y nos mudamos a nuestra nueva casa dos días después; ¡el mismo día en que se había planeado que se llevara a cabo nuestra mudanza!
A lo largo de esta experiencia, mi esposa y yo disfrutamos pensando en la definición de Iglesia de la Sra. Eddy como “la estructura de la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud, pág. 583). Y nos dimos cuenta de que la Verdad y el Amor son el fundamento del hogar. Así que sabíamos que podíamos poner en venta nuestra casa, pero nunca podríamos mudarnos de nuestro verdadero hogar espiritual. Es nuestro para siempre. Como promete el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios” (pág. 254).
