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Reconoce el bien aquí y ahora

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 11 de julio de 2022


Recientemente, se me ocurrió en mi caminata matutina que mis oraciones se habían vuelto demasiado complicadas y centradas en el futuro. Pensé, asombrada, que era casi como si hubiera estado tratando de redecorar los problemas humanos con la verdad espiritual para que pudieran verse mejor mañana o al día siguiente. Me di cuenta de que había estado tratando de debatir conmigo misma para obtener algo que creía que me faltaba.

Tomar conciencia de esto me detuvo en seco. Me mantuve quieta por un momento largo, observando las flores que salpicaban el campo más lejano, recordando que el bien omnipresente, Dios —no alguna posibilidad futura de bien— es la única base real para la oración eficaz y sanadora. También afirmé que “es tan sencilla la oración / que el niño la dirá” (James Montgomery, Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno N° 284).

Tomemos, por ejemplo, a Ingrid, la nueva beba de mi amiga. Ella no tiene necesidad de definir el futuro, y mucho menos orar por él. Para Ingrid, todo está presente, es real, no está proyectado, sino plenamente vivo. Cada cambio de luz, color, textura y sonido es una mezcla de paz, poder y asombro que impulsa a maravillarse. Ella vive sin las limitaciones del lenguaje humano ni del tiempo.

Me pregunté: ¿Qué pasaría si yo pudiera orar constantemente sin dichas limitaciones? Si reconociera el bien abundante y presente como lo hace un niño, el futuro, con sus temores y años, se desvanecería en la realidad de la Vida divina atemporal, Dios. Este tipo de oración es su propio lenguaje, más allá de las palabras específicas. No genera, ni necesita generar, el bien futuro; simplemente se siente presente con Dios, el Amor divino. 

Cuando mis oraciones son como las de un niño y las cualidades del sentido espiritual (receptividad, humildad, paz, alegría, inocencia, buena disposición, etc.) están activas en mi pensamiento, las preocupaciones sobre el futuro se disuelven. He sentido este cambio antes y anhelo orar de manera más simple, con verdades profundas y presentes, como esta afirmación del capítulo “La oración” en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Dios es Amor. ¿Podemos pedirle que sea más?” (Mary Baker Eddy, pág. 2). Más adelante en el mismo libro, la Sra. Eddy escribe: “La profundidad, la anchura, la altura, el poder, la majestad y la gloria del Amor infinito llenan todo el espacio. ¡Eso basta!” (pág. 520). Cuanto más acepto estas verdades, más renuncio a un sentido de ego personal con sus predicciones de envidia, aburrimiento, ira, egoísmo, enfermedad, pecado y muerte. 

Ese día, mientras contemplaba los campos, recordé una experiencia que había tenido al orar para reconocer el bien presente. Esta había apartado mi pensamiento del concepto de la vida como material y me obligó a descartar una visión material de mí misma.

Durante muchos años había estado descontenta con la casa en que vivía. Estaba frustrada con casi todo acerca de ella, y vivía quejándome constantemente. Esto me quitaba la alegría y ciertamente no era bueno para mi familia. A menudo “oraba” por esto, pero mis oraciones eran como limpiaparabrisas atascados en la posición vertical, sin hacer nada para aclarar mi visión. 

La cuestión es que estaba pidiendo mucho que las cosas fueran mejores mañana. Pero un día tuve la idea de hacer un cambio radical y tomar una posición firme para reconocer el bien presente allí mismo, en lo que estaba llegando a comprender era mi verdadero hogar: mi consciencia. 

Volví a leer un escrito poderoso en prosa simple que la Sra. Eddy escribió titulado: “Ángeles”. Aquí está la parte a la que me aferré: “Nunca pidáis para el mañana: es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 307).

Siempre me ha encantado esa indicación amable y firme, y decidí adoptarla. Así que desatasqué mi “limpiaparabrisas” y apliqué la verdad del bien presente a mi opinión sobre mi situación. Exigí mi derecho a ver claramente la ayuda y la bondad omnipresentes de Dios aquí y ahora, conmigo y con cualquiera en quien descansaran mis pensamientos. Protesté contra la más mínima señal de queja y acepté el desafío de celebrar el hogar que el Amor me había provisto: el hogar del Espíritu, Dios. 

Al orar de esta manera, una nueva sensación de paz y tranquilidad reemplazó las quejas. Un sentido más espiritual de hogar se estableció dentro de mí. Esto me llevó a redescubrir mi verdadera y alegre naturaleza a semejanza de un niño. Con esta nueva perspectiva surgieron nuevas ideas acerca de las reparaciones prácticas que podíamos hacer en nuestra casa, —por ejemplo, nuevos arreglos en las habitaciones, pintura y pulido— para animar espacios que alguna vez había creído eran imposibles de revivir. 

La otra cosa sorprendente ocurrió cuando, una noche en una reunión de testimonios semanal en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, alguien habló de haber sido liberado de la envidia a través de la oración. Hasta entonces, no había reconocido que yo también había estado envidiando. No solo me había quejado con regularidad de mi propia casa, sino que había estado codiciando silenciosamente las casas de otras personas. Visitaba a mis amigos más queridos y me retiraba deprimida y triste, sin reconocer por qué.

Fue un gran alivio poner al descubierto este error mediante mis oraciones. Pude ver fácilmente que codiciar cualquier cosa era ajeno a mi naturaleza espiritual; de hecho, a la de cualquiera. Ya tenía todo lo bueno que pudiera precisar de Dios, la fuente infinita del bien, y comprender esto realmente me satisfizo y me liberó de la envidia.

No había necesitado una casa diferente. Necesitaba tomar conciencia de que vivo ahora, como todos lo hacemos, en presencia de la gratitud, la alegría y la humildad del Amor divino ilimitado. El cambio había ocurrido completamente en mi pensamiento. Practicar de manera regular el reconocimiento del bien presente había abierto el camino para alcanzar una comprensión y expresión mucho más hermosas del hogar. 

Terminé mi caminata, recordé agradecida esta experiencia sanadora, y me sentí más enfocada en la presencia del Amor. En lugar de orar para obtener algo más tarde, la próxima semana o el próximo año, podemos orar para honrar y comprender el Amor divino, el bien puro y presente. Y puesto que nuestras oraciones se basan en el Amor infinito, incluyen a todos, ya sea que estén cerca o lejos. 

El pasaje del ensayo “Ángeles”, de la Sra. Eddy, citado anteriormente continúa: “¡Qué gloriosa herencia se nos da mediante la comprensión del Amor omnipresente! Más no podemos pedir: más no podemos desear; más no podemos tener. Esta dulce seguridad es el ‘Calla, enmudece’ para todo temor humano, para el sufrimiento de toda clase”.

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