Hace dos años, mi familia y yo nos mudamos al otro lado del país. Si bien fue un cambio que demostraría tener mucho bien reservado para nosotros, ahora estaba aun más lejos de mis padres, y eso me dolía. Afortunadamente, mis hijos se estaban adaptando a este nuevo lugar, pero yo no.
La primera semana en nuestra nueva ciudad, fui a la reunión de testimonios del miércoles por la noche en la iglesia filial local de la Ciencia Cristiana. La primera frase del primer himno que cantamos esa noche fue justamente el recordatorio que necesitaba: “Cielo y hogar hallarás en ti mismo” (Peter Maurice, adapt., Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 278, © CSBD). Estas pocas palabras me ayudaron a afirmar que mi verdadero hogar no está empacado en cajas, lejos de mis seres queridos, rodeado de personas y cosas desconocidas. Mi verdadero hogar está con Dios. Dondequiera que esté, estoy justo donde se supone que debo estar: en casa con Él. Esa noche, mi tristeza se convirtió en paz, y estuve muy agradecida.
Ahora, con las restricciones de viaje, ha pasado bastante tiempo desde que vi a mis padres y desde que mis hijos visitaron a la abuela y al abuelo. Los viajes a través del país parecen fuera de nuestro alcance. Pero mi madre, una Científica Cristiana de toda la vida, a menudo me recuerda: “Nunca estamos verdaderamente separados”. He estado pensando en estas palabras y en el concepto de hogar que se hizo más claro para mí esa noche en la iglesia.
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