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Una historia de paz no de violencia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de julio de 2022


Era un niño agradable.

Le di clases particulares en su escuela cuando estaba en octavo grado. Quería jugar al baloncesto en el bachillerato, y esperaba tener su propia barbería algún día.

Pero la vida era dura para Derek (no es su verdadero nombre). Y tenía dificultades en la escuela. Leía al nivel de segundo grado. Y a mí, como tutora voluntaria, me habían pedido que trabajara con él uno a uno.

Algunas de nuestras sesiones eran buenas, y otras difíciles. A veces Derek no quería hablar conmigo. Otras, hacía un verdadero esfuerzo. De vez en cuando me contaba cosas y así me enteré de acontecimientos alarmantes. Su mejor amigo había sido asesinado por alguien que quería su chaqueta. Su padre también había sido asesinado. Comprendí por qué a veces hablaba de armas y de disparar. Este era un aspecto importante del mundo que conocía demasiado bien.

También me enteré a través del personal de la escuela y de Derek que recibía mucho apoyo. Su madre trabajaba duro y estaba decidida a verlo triunfar. En su comunidad y en su iglesia había hombres que cuidaban de él, y hablaba bien de ellos.

Como Científica Cristiana, pienso mucho en la Mente única, Dios, que lo gobierna todo. Y siempre había pensado que esto significaba que todos tenemos una fuente común, una forma común de comprender y ser. Una semana en particular, se me ocurrió una nueva forma de ver esta verdad mientras oraba con la Lección Bíblica semanal que estudian los Científicos Cristianos de todo el mundo. Comencé a pensar en que la Mente divina es una dentro de sí misma; es clara, completa, no está confundida ni dividida, no es distraída, y carece de obstáculos. Me di cuenta de que la Ciencia del Espíritu divino, que Ciencia y Salud explica (véase pág. 369), descansa solamente en esta unicidad absoluta, y que cuando la comprendemos más claramente tenemos como resultado más claridad, paz, libertad, sabiduría y amor a nivel humano.

La próxima vez que fui a ver a Derek en su aula, era obvio que tendríamos un día muy malo. Su maestra lo había estado presionando, en un esfuerzo por evitar que aflojara, y él se resistía. Le dijo que, si no cooperaba conmigo, lo sacarían del programa de tutoría. Era claro por su tono que ella esperaba precisamente eso. Yo quería algo mejor para él. Sabía que Dios le había dado el derecho de tener esa ayuda.

Derek se alejó de nosotras con la cabeza gacha, y al observarlo, supe que no podía darme por vencida respecto a él. Esa mañana me sentí muy cerca de Dios, y muy agradecida por Su amor en mi vida. Y este amor se desbordaba; tenía que compartirlo. Derek era precioso a los ojos de Dios. A medida que se alejaba, comencé a reconocer que, por ser la creación de Dios, él reflejaba esa Mente que es tranquila, ordenada y está libre de cargas. Su Mente era indivisible.

En la mesa de tutoría, Derek mantuvo la cabeza gacha, furioso, aparentemente sintiéndose odiado y menospreciado. Me di cuenta de que no tenía sentido tratar de que hiciera su tarea. Su estado mental necesitaba elevarse, y decidí pasar nuestra hora juntos ayudándolo a hacer eso.

Empecé a hablar con él. Teniendo en mente el valor y la claridad de consciencia que Dios le había dado, le hablé acerca de ir más allá de la ira, que no lastima a nadie más que a nosotros mismos. Le recordé algo que me había dicho, que después de la muerte de su amigo había decidido tener una vida mejor ayudando a los demás. Le dije que sabía que él podía hacer eso, que yo quería que lo hiciera, y que sabía que otras personas también querían eso. Le dije que él definitivamente merecía tener buenas experiencias. Y que, si podía aprender a sortear el dolor y la ira, aprendería a conseguir un buen trabajo y a ayudar a otras personas a superar sus problemas.

Después de haber hablado con Derek de esta manera durante unos cinco minutos, su cabeza se levantó gradualmente. Su rostro se suavizó. Toda su actitud cambió. Finalmente, dijo que quería hacer sus tareas de la escuela. Empezamos, y su actitud fue la mejor que había visto.

Más tarde, al salir de la escuela, escuché en la radio del automóvil la noticia de un tiroteo escolar en otro estado, en el que un estudiante había ido a la escuela con un arma. Esto ocurrió después de un tiroteo en otra escuela tan solo dos días antes, en el que dos estudiantes habían muerto. Aunque Derek no había hablado sobre armas o violencia ese día en particular, me llamó la atención cuán significativa había sido nuestra experiencia; el dolor, la impotencia, los sentimientos de enojo, los mismos que pueden conducir a una terrible violencia, habían sido desactivados.

Al escuchar acerca de tiroteos y bombardeos, ya sea un terrorista suicida en el Medio Oriente o un niño con un arma en los Estados Unidos, podemos preguntarnos qué hay en la mente de una persona que la lleve a hacer estas cosas. Escuchamos análisis de los sucesos de la vida y la química del cuerpo, y cómo estos pueden hacer que alguien se vuelva odioso, o desesperado, y en última instancia destructivo. Podemos tratar de entender cómo funciona la mente humana, y cómo podemos aprender a ver venir algo así para poder evitarlo.

Sin embargo, he llegado a entender que la solución más eficaz es comprender mejor, no la mente humana, sino la Mente divina única, que es Dios, el Creador y Sustentador de todo. La inteligencia, la comprensión y el amor son cualidades eternas de esta Mente, y son inherentes a cada uno de nosotros.

El Génesis describe casi desde el principio que la creación incluye luz. La luz representa comprensión y claridad, y en la Biblia Dios declara que es buena. No solo eso, Él divide conscientemente esta luz de su opuesto, la oscuridad. La comprensión está separada de las tinieblas de la desesperación, el caos, la violencia y la destrucción. No hay nada en la oscuridad que nos ilumine. Las tinieblas no tienen lugar en la luz pura y consciente de Dios, que es buena y resplandece sobre todos.

Al razonar desde la premisa de una Mente buena que es el Creador del hombre, no nos quedamos en la oscuridad. No nos quedamos sin comprensión, y no nos quedamos sin esperanza o compasión. Vemos soluciones donde se necesitan. Al comprender que nuestra verdadera fuente de vida y verdad es nuestro Dios omnipresente, encontramos la guía que satisface las necesidades más profundas. Encontramos paz dentro de nuestra propia consciencia, y el comienzo de la paz para las personas que nos rodean.

En cuanto a Derek, había encontrado la medida de amabilidad y claridad que necesitaba. Continuamos reuniéndonos durante varias semanas más, hasta el final del año escolar. Durante esas semanas, comenzó a hacer algo nuevo: caminaba junto a mí por la escuela. Antes de esto, como la mayoría de los estudiantes, había actuado indiferente manteniéndose lo suficientemente lejos de mí como para no parecer tener nada que ver conmigo. Ahora estaba contento de que lo vieran conmigo.

Un día, al sentarnos para trabajar, dijo: “Hice lo que dijiste y funcionó”. No sabía a qué se refería, así que le pregunté. Me dijo que cuando su maestra hizo algo que comenzó a enojarlo, dejó de lado la ira y siguió haciendo sus cosas. Se dio cuenta de que podía hacer eso, terminar su trabajo y sentirse mejor respecto a todo el resto del día. ¡Yo estaba maravillada! 

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