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Victoria sobre el dolor y problemas relacionados con la edad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 15 de agosto de 2022


Hace unos años, cuando estaba a punto de mudarme a una casa más pequeña, una amiga cercana me dijo: “Espero que tu dormitorio esté en la planta baja”.

“No, está arriba. ¿Por qué?”, le pregunté. Ella dijo: “¡Las rodillas! No nos estamos volviendo más jóvenes, ya sabes”. Mentalmente descarté esa sugestión de decadencia y sufrimiento. O al menos, pensé que lo había hecho.

 No tenía ninguna duda de que mi mudanza estaba dirigida por Dios y protegida por Dios. Al igual que Caleb y Josué en la Biblia, confiaba plenamente en el espíritu de esta promesa que Dios le hizo a Moisés: “He aquí, yo enviaré un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te traiga al lugar que yo he preparado” (Éxodo 23:20, LBLA).

Luego llegó el día de la mudanza. ¡Me mudé, y esa noche estaba tan feliz! Pero a la mañana siguiente, adivina qué. Me dolían mucho las rodillas, y nunca antes lo habían hecho. Al principio, empezaron a abrumarme pensamientos que me condenaban por no manejar adecuadamente esa creencia del envejecimiento. Comencé a cuestionar si había sido sabio mudarme, y así sin parar. Pero no por mucho tiempo. La promesa de Dios en la Biblia que mencioné anteriormente y esta otra, “Mi presencia irá contigo” (Éxodo 33:14, LBLA), fueron más grandes que cualquier temor. 

En ese mismo momento, me comprometí a hacer lo que Cristo Jesús hizo cuando fue tan severamente “tentado por el diablo” en el desierto. Me di cuenta de que Jesús se negó a escuchar o ser parte de cualquiera de las sugestiones del diablo, y se aferró a lo que él sabía acerca de Dios basado en las Escrituras. 

Así que me esforzaba a diario —pensamiento tras pensamiento tras pensamiento— por mantener cada pensamiento del lado de Dios y de Su bondad omnipotente. Anotar cada promesa de las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana me ayudó a hacerlo. Aunque el dolor persistía me negué a aceptar ni siquiera una pizca de información de la materia sobre mi condición, y creía y confiaba solamente en que el informe espiritual de Dios acerca de mí era verdadero.

La Biblia dice: “Toda gloriosa es la hija del rey en su morada” (Salmos 45:13). Yo sabía que la armonía era la ley de mi ser. No fue fácil persistir, pero con cada pensamiento de Dios que abrigaba, yo lo hacía cada vez mejor. Tampoco dejé de caminar, y sabía que tenía el derecho divino a tener completa libertad, y se manifestaría.

Pronto vino la Lección Bíblica sobre “Dios”, seguida de la de “Sacramento”. Cada cita de esa lección de “Dios” me hablaba de Su fidelidad a todos Sus hijos. Estaba llena de la ternura, la solicitud y la seguridad de Dios. La lección sobre “Sacramento” siempre me habla de nuestro compromiso con Él, y esta vez me dijo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Comprendí que mi amor por Dios era realmente el amor de Dios por mí reflejado de vuelta hacia Él. Lo único que sé es que mi amor por Dios jamás había sido tan fuerte, dulce y firme como en ese momento. 

Luego vino el Domingo de Comunión. Cuando el Primer Lector invitó a la congregación a arrodillarse, lo hice de inmediato, y luego me levanté en seguida después del Padre Nuestro. No fue sino hasta que me subí al auto después de la iglesia que me di cuenta de que me había arrodillado y levantado rápidamente, sin esfuerzo ni dolor alguno. Todo el dolor desapareció y no ha regresado. Eso fue hace unos años, y camino y subo escaleras libremente todos los días.

Desde entonces, he pensado mucho en esta curación y reflexionado sobre lo que demostró. Por supuesto que demostró que la debilidad no es legítima ni necesaria; es una mentira. Probó que el hombre no es una masa de materia, ordenada o desordenada, joven o vieja. Somos espirituales y perfectos por ser la imagen preciosa y eterna de Dios. Y seguiré demostrando esto también. 

Judith Hardy Olson
Westport, Connecticut, EE.UU.

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