Hace unos años, cuando estaba a punto de mudarme a una casa más pequeña, una amiga cercana me dijo: “Espero que tu dormitorio esté en la planta baja”.
“No, está arriba. ¿Por qué?”, le pregunté. Ella dijo: “¡Las rodillas! No nos estamos volviendo más jóvenes, ya sabes”. Mentalmente descarté esa sugestión de decadencia y sufrimiento. O al menos, pensé que lo había hecho.
No tenía ninguna duda de que mi mudanza estaba dirigida por Dios y protegida por Dios. Al igual que Caleb y Josué en la Biblia, confiaba plenamente en el espíritu de esta promesa que Dios le hizo a Moisés: “He aquí, yo enviaré un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te traiga al lugar que yo he preparado” (Éxodo 23:20, LBLA).
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