Cuando nuestro hijo estaba en la escuela primaria, tuvo períodos de tos seca. Estos casos ocurrían en diferentes épocas del año y sin razón aparente, ya que, de lo contrario, parecía estar en perfecto estado de salud. Era activo en los deportes, y nunca tosía cuando jugaba.
Aunque a nuestro hijo no parecía importarle la tos, mi esposa y yo nos volvimos a Dios en oración para que sanara. Llamamos a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien aceptó orar con nosotros por nuestro hijo.
En un momento dado, la practicista comentó que una de las ideas por las que había sido guiada a orar era la necesidad de tener confianza. Esto me hizo pensar, porque nuestro hijo era muy tímido y retraído. Incluso a los nueve años, era reacio a hablar con personas que no conocía bien, y simplemente miraba el suelo en lugar de entablar una conversación. Nosotros no creíamos de ninguna manera que la timidez o el ser retraído fueran parte de su verdadera naturaleza, y estábamos agradecidos por la oportunidad de trabajar más profundamente con la idea de que era el hijo capaz y confiado de Dios.
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