Me encanta el tenis. Hace unos siete años que juego, y estaba planeando continuar mi travesía atlética en mi tercer año del bachillerato. Pero a medida que se acercaba la fecha límite de inscripción deportiva de primavera, me preguntaba si debería concentrarme en cumplir con las horas de voluntaria para un programa para Científicos Cristianos del que había sido parte. Estaba en conflicto y no sabía qué hacer.
Hablé con mi familia sobre mi dilema, y me recordaron que podía recurrir a Dios en oración por una respuesta, como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Aunque me volví a Dios y oré por mi situación, seguía sintiendo que no había una respuesta correcta y que, sin importar lo que eligiera, me arrepentiría.
Un par de semanas más tarde, mientras me preparaba para ir a la escuela, me vino un pensamiento muy fuerte: No importaba lo que hiciera, dónde estuviera o con quién estuviera, yo estaría en mi lugar correcto porque Dios, el Amor omnipresente, está a cargo de cada aspecto de mi vida. No había lugar para cometer un error, no había lugar para la falta de armonía, y especialmente no había lugar para el arrepentimiento. Esta idea me reconfortó cuando se acercaba la fecha límite de inscripción al tenis.
Con esta idea en mente, me sentí segura de llamar a mi entrenador y decirle que no participaría en la próxima temporada. Pero primero hablé con mi mamá, que había estado orando para apoyarme y quería ofrecerme algo de inspiración espiritual. Ella compartió una línea del libro de Job en la Biblia, que dice: “Ciertamente la plata tiene sus veneros, y el oro lugar donde se refina” (28:1). Para mí, la plata y el oro representaban las dos actividades que me interesaban. Querer dedicarme a mis horas de voluntaria (por las que podría ganar una medalla de plata) tenía su lugar correcto. El oro de mi vida, el tenis, también tenía su lugar correcto. Mi mamá también dijo que no había ninguna razón por la que tuviera que elegir entre dos grandes actividades que eran bendiciones. En cambio, podía disfrutar de todo lo bueno en mi vida.
Después de colgar con mi madre, llamé a mi entrenador para decirle que jugaría tenis ese año. En retrospectiva, es fácil ver que esta fue realmente la mejor decisión porque muchas cosas buenas salieron tanto de mi temporada de tenis como de las horas como voluntaria que completé. Y ninguna actividad terminó en conflicto con la otra ni quitándole nada a ella.
Estoy muy agradecida por el bien en mi vida y me he sentido muy reconfortada al descubrir más sobre todo lo que Dios tiene reservado para mí. Ahora sé que Dios siempre me está guiando en la dirección correcta y que no importa qué dilema enfrentemos, siempre hay una respuesta porque Dios es del todo bueno.
