Me encanta el tenis. Hace unos siete años que juego, y estaba planeando continuar mi travesía atlética en mi tercer año del bachillerato. Pero a medida que se acercaba la fecha límite de inscripción deportiva de primavera, me preguntaba si debería concentrarme en cumplir con las horas de voluntaria para un programa para Científicos Cristianos del que había sido parte. Estaba en conflicto y no sabía qué hacer.
Hablé con mi familia sobre mi dilema, y me recordaron que podía recurrir a Dios en oración por una respuesta, como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Aunque me volví a Dios y oré por mi situación, seguía sintiendo que no había una respuesta correcta y que, sin importar lo que eligiera, me arrepentiría.
Un par de semanas más tarde, mientras me preparaba para ir a la escuela, me vino un pensamiento muy fuerte: No importaba lo que hiciera, dónde estuviera o con quién estuviera, yo estaría en mi lugar correcto porque Dios, el Amor omnipresente, está a cargo de cada aspecto de mi vida. No había lugar para cometer un error, no había lugar para la falta de armonía, y especialmente no había lugar para el arrepentimiento. Esta idea me reconfortó cuando se acercaba la fecha límite de inscripción al tenis.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!