Cuando mi esposa falleció después de décadas de un matrimonio muy unido, me sentí muy solo y triste. Oré para comprender que no hay muerte, y que ambos somos expresiones espirituales completas de Dios, y tenemos todos los atributos y cualidades divinas, ahora y para siempre, para saber que la vida es realmente inmortal.
Entonces Dios me habló y me dijo: “Te basta mi gracia” (2 Corintios 12:9, LBLA). Entendí que la gracia era la disposición del Cristo, el mensaje sanador de Dios. La gracia es lo que tengo y personifico porque reflejo la naturaleza de Dios. Es el temperamento divino o espiritual, la consciencia que no responde a lo que es mortal, y no reacciona ni lo ve, sino que solo reconoce la creación de Dios.
Al día siguiente, el Cristo me habló de nuevo: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18, LBLA). Sabía que esto también se aplicaba a mi esposa. Aprendí que el apoyo que nos dimos mutuamente y las cualidades espirituales que mi esposa expresó no estaban en una forma o carácter material. En realidad eran Dios expresándose a Sí mismo. Por lo tanto, nunca podían estar ausentes. Así que no necesitaba buscar satisfacción, compañía o compasión en una presencia humana. Todo el bien está en el Dios siempre presente, el Amor divino.
Mary Baker Eddy escribe: “La pérdida de los objetos de afecto materiales rompe los lazos dominantes de la tierra y dirige al cielo” (Retrospección e Introspección, pág. 31) y que “la separación de los lazos de la carne nos une a Dios, donde el Amor sostiene el corazón que lucha” (Yvonne Caché von Fettweis and Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 39). Perdí el sentido de separación de mi esposa cuando comencé a ver que las cualidades que Dios le había dado se expresaban a mi alrededor y a sentir la guía de la Mente divina, Dios, en mi vida.
En ese momento, me había preocupado por el mantenimiento de la casa —el cuidado del jardín, la compra y preparación de alimentos, el lavado de ropa, etc. — y la veracidad del axioma “cuantas más posesiones materiales tengas, más tiempo tendrás que pasar para mantenerlas” era evidente para mí. Me di cuenta de que necesitaba encontrar una manera de dedicar menos tiempo a estas actividades para poder dar prioridad al trabajo de curación que hago como practicista de la Ciencia Cristiana. Al detenerme a escuchar la dirección de Dios, puse mi casa a la venta, en contra del consejo de todos mis vecinos. Se vendió por el precio solicitado en tres semanas.
Durante ese tiempo, encontré un apartamento en un complejo que tenía un restaurante, una lavandería y una variedad de otros servicios. Me ofrecieron este apartamento, que sirvió plenamente a mi propósito, a pesar de que aún no estaba en el mercado. A los dos meses del fallecimiento de mi esposa, me había mudado. Ha demostrado ser la esencia del hogar. Tiene un hermoso jardín (que no tengo que mantener) y una hermosa vista. Lo más importante es que tengo abundante tiempo y la facilidad y privacidad para mi práctica de la Ciencia Cristiana.
Saber que todos los miembros de mi familia, incluida mi esposa, permanecen en mi pensamiento, donde siempre están presentes, me ayudó a obtener una perspectiva clara y espiritual del matrimonio. El Manual de La Iglesia Madre establece que “el mero afecto personal” no debe “impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre” (Mary Baker Eddy, pág. 40), y el libro bíblico de Isaías confirma que “tu marido es tu Hacedor” (Isaías 54:5). Esto incluye la comprensión de que nuestra unidad con nuestro Creador es la idea permanente detrás de lo que llamamos matrimonio. En una carta a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, publicada en sus Escritos Misceláneos 1883-1896, la Sra. Eddy escribe que Dios “es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo” (pág. 151).
Nuestra plenitud está siempre intacta, porque nuestra relación con Dios nunca se corta, se divorcia, se pierde ni es arrebatada. Solo existe Dios, la Mente divina, y Su expresión. No hay nada presente sino la Mente divina y sus ideas perfectas y eternas: cada uno de nosotros.
Estas verdades me dieron gran paz y consuelo. Me permitieron comprender que mi esposa y yo estamos abrazados en el amor, semejante al del Cristo, de la omnipresencia de Dios, y que cada uno de nosotros está avanzando espiritualmente.
Estoy muy agradecido por las oraciones de mis amigos que me elevaron y sostuvieron durante este período. Estoy agradecido a Dios por Sus bendiciones, guía y permanente presencia. Y estoy agradecido por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que han revelado la verdadera naturaleza de Dios a mi consciencia.
