Cuando mi esposa falleció después de décadas de un matrimonio muy unido, me sentí muy solo y triste. Oré para comprender que no hay muerte, y que ambos somos expresiones espirituales completas de Dios, y tenemos todos los atributos y cualidades divinas, ahora y para siempre, para saber que la vida es realmente inmortal.
Entonces Dios me habló y me dijo: “Te basta mi gracia” (2 Corintios 12:9, LBLA). Entendí que la gracia era la disposición del Cristo, el mensaje sanador de Dios. La gracia es lo que tengo y personifico porque reflejo la naturaleza de Dios. Es el temperamento divino o espiritual, la consciencia que no responde a lo que es mortal, y no reacciona ni lo ve, sino que solo reconoce la creación de Dios.
Al día siguiente, el Cristo me habló de nuevo: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18, LBLA). Sabía que esto también se aplicaba a mi esposa. Aprendí que el apoyo que nos dimos mutuamente y las cualidades espirituales que mi esposa expresó no estaban en una forma o carácter material. En realidad eran Dios expresándose a Sí mismo. Por lo tanto, nunca podían estar ausentes. Así que no necesitaba buscar satisfacción, compañía o compasión en una presencia humana. Todo el bien está en el Dios siempre presente, el Amor divino.
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