A la luz del brutal ataque contra Israel y su punitiva respuesta, muchos buscan consuelo en la oración. Más que nadie, aquellos que todavía esperan ansiosamente noticias sobre la seguridad y el paradero de sus seres queridos, y aquellos que lloran su pérdida, necesitan sentir la presencia amorosa y protección todopoderosa de Dios.
Pensé en una familia judía con la que mi grupo de turistas se cruzó hace varios meses en Israel. Ellos habían huido de su casa para escapar de los disparos esporádicos de cohetes y no estaba segura de sí su hogar seguiría allí cuando regresaran. También me preguntaba acerca de un amigo palestino que esencialmente no había tenido patria en toda su vida. Todos eran personas amables y pacíficas atrapadas en un ciclo de miedo, incomprensión y odio. ¿Estaban a salvo?
Durante los momentos difíciles, las oraciones a veces pueden parecer inútiles y las palabras huecas. Pero hay hermosas promesas en la Biblia que alivian el corazón abatido y lo llenan de esperanza. Por ejemplo, en el libro del profeta Isaías: “Porque así dice el Señor... Como a uno a quien consuela su madre, así los consolaré Yo” (66:12, 13, LBLA).
Y en los Salmos: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí” (139:7-11).
¿Qué podría ser más reconfortante que sentir en lo más profundo de nuestro corazón que ni uno solo de los hijos de Dios puede estar separado de Su amor y poder salvador? No hay persona o circunstancia que esté fuera del alcance o de la ayuda de Dios, el bien infinito. Dondequiera que estemos, Dios está, porque somos uno con nuestro Padre divino por ser la imagen, o reflejo espiritual, del Amor divino. Ni siquiera aquellos que parecen atrapados en la red de la desesperanza, el miedo o el odio pueden estar separados del amor redentor de Dios. Dios está aquí, ahora, guardándonos y guiándonos a todos.
Aferrarse al hecho espiritual de la unidad, la seguridad y la vida inquebrantables de todos en Dios trae luz, esperanza y fortaleza para seguir adelante.
Al orar en este sentido, recordé un momento en el que nuestra familia había perdido contacto con alguien muy querido para nosotros, quien había estado luchando con una situación difícil. Temíamos haberlo perdido. Todos orábamos en busca de paz y consuelo.
Más tarde, un miembro de la familia me dijo que un día, mientras estaba sentada y orando junto a una bahía, apareció un cormorán, un ave acuática común en la zona. Después de chapotear en la superficie del agua durante unos minutos, el ave se sumergió repentinamente en las profundidades y desapareció de la vista.
En un destello de comprensión, esta mujer comprendió que, aunque nuestro ser querido estaba fuera de nuestra vista, nunca se había apartado del cuidado amoroso de Dios. A pesar de lo que veíamos (o no veíamos) en la superficie, la vida de esta persona continuaba ininterrumpidamente porque Dios, el creador de todo lo que realmente existe, es la Vida. No había ningún lugar al que este individuo pudiera ir o ser llevado que lo separara de nuestro amoroso Padre-Madre, de la Vida misma. Como descendiente espiritual de Dios, cada uno de nosotros refleja la Vida divina, es el hijo de la Vida y tiene una vida eterna, una identidad que es indestructible.
Ya sea que volvamos a ver a esta persona o no (y finalmente lo hicimos), nada podía cambiar estos hechos espirituales. Este fue el mensaje reconfortante que le llegó a mi familiar a través del Cristo —el poderoso y universal mensaje de verdad y amor de Dios — y reemplazó la oscuridad del miedo y el dolor con la luz.
La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, ofrece esta oración de gratitud por la luz y el amor de Dios:
“Quiera el gran Pastor que ‘templa el viento para el cordero esquilado’, y venda las heridas de los corazones que sangran, tan sólo consolar, alentar y bendecir a todos los que lloran.
“Padre, Te damos gracias que Tu luz y Tu amor llegan a la tierra, abren las puertas de la cárcel a los presos, consuelan al inocente y abren de par en par las puertas del cielo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 275).
Que la luz y el amor de Dios sean conocidos y sentidos por todos, en el Medio Oriente y en todas partes.
