En un momento no pude usar mis talentos y entrenamiento de la manera que esperaba. Aunque tenía títulos universitarios que me habían permitido disfrutar de muchos años de trabajo fructífero, sentía que todavía tenía más para dar. Cuando regresé a la universidad más tarde en la vida, surgió un talento previamente no reconocido que me dio una enorme satisfacción. Obtuve un título en diseño gráfico: la culminación de una experiencia académica que había encontrado especialmente significativa.
Sentí fuertemente que Dios me había revelado este talento, pero después de graduarme estaba a solo una década de una edad en la que las personas comúnmente se jubilan. Mis perspectivas de asegurar un puesto de diseño gráfico parecían escasas. Transcurrieron tres años de búsqueda en este campo altamente competitivo sin éxito. No obstante, estos no fueron años perdidos.
Durante este tiempo, obtuve una perspectiva nueva y más espiritual sobre el trabajo. Aprendí que mi verdadero trabajo y propósito eran reflejar a Dios viviendo cualidades divinas, incluidas las cualidades que asociaba con el diseño gráfico: siempre podía estar completamente comprometida en expresar orden, belleza, originalidad, inteligencia y amor. Glorificar a Dios adquirió un nuevo significado cuando Lo reconocí como la única fuente de estas cualidades. Dios no me estaba descuidando; más bien, estaba revelando constantemente ideas inspiradas. Creé y compartí arte en mi comunidad, pasando incontables horas explorando cómo las cualidades espirituales podían expresarse en mis diseños.
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