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El amor de Madre que sana

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 19 de junio de 2023


Una primavera, unos petirrojos anidaron en la cornisa de nuestro porche. Vimos el amor de madre en acción mientras la mamá petirrojo construía el nido y estaba pendiente de sus huevos. Luego, después de que eclosionaron, ella y el padre pájaro proporcionaron comida, defendieron a sus polluelos de los intrusos y les enseñaron a volar. Esa relación de madre, padre y polluelos garantizaba todos los cuidados necesarios para su bienestar. Si bien este tipo de cuidado biparental es común en la mayoría de las especies de aves, en el 95 por ciento de las especies de mamíferos, la hembra es la única que cuida a las crías. A través de la amplia diversidad de vida en nuestro planeta, es inspirador ver la función tan vital del amor materno. 

Todo amor tiene su fuente en Dios, el único Padre-Madre cuyo universo entero es la autoexpresión creativa del Amor perfecto. Esta creación es enteramente espiritual y no tiene elemento dañino alguno. El Amor no sólo es la fuente de toda la creación, sino también la fuerza maternal que es la Vida que gobierna el universo, que sostiene con gracia y atesora tiernamente a todos los Suyos, para siempre. Nuestro Padre-Madre, el Amor divino, asegura salud, armonía, frutos y vida eterna para todos.

Dios siempre está amando a Su creación, y a través de las Escrituras este hermoso lazo de amor Materno se ve claramente en la curación de personas y naciones: al vendar a los quebrantados de corazón, neutralizar llamas, cerrar las bocas de los leones, hacer inofensivas las jabalinas, eliminar la desesperación y la injusticia y consolar a los que lloran.

Por ejemplo, Agar estaba angustiada en el desierto porque se habían agotado el agua y las provisiones, y parecía que su pequeño hijo pronto perecería (véase Génesis 21:9-20). Pero el amor Materno y consolador de Dios estaba allí mismo. Llorando, Agar puso a su hijo debajo de un arbusto y se apartó para no verlo morir. Pero Dios oyó la voz del niño y le habló a su madre, diciendo: “Levántate, alza al muchacho, y sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación”.

Qué hermoso es que Agar recibiera este mensaje amoroso de no darse por vencida, sino de acercarse a su hijo y “levantar al muchacho”, para abrazarlo, amarlo y apreciarlo. Mientras lo hacía, sus ojos fueron abiertos para que viera un pozo de agua que los sostuvo a ambos. En su amorosa obediencia a la dirección de Dios, ¿no estaba la madre, incluso en estas circunstancias aparentemente terribles, expresando el amor divino eterno, incondicional, imparcial y omnipotente de la Madre? Al hacerlo, ella y su hijo experimentaron la presencia sanadora y el cuidado del Amor y se salvaron.

El fulgor de la paternidad y maternidad del Amor divino, brillante como el sol del mediodía, resplandece más claramente en las curaciones de Jesús. Demuestran que el Amor es la ley que no deja espacio para nada diferente a sí mismo, porque declara que no hay nada excepto Dios, que es Amor. Jesús mostró de manera concluyente que el Amor divino es realmente el único poder y que esta comprensión nos libera de todos los problemas. Esta actividad sanadora es la presencia del Cristo. Como declara el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Jesús trazó el sendero para los demás. Él develó el Cristo, la idea espiritual del Amor divino” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 38).

Cristo Jesús abrazó a todos, individual y colectivamente, como a hijos e hijas amados de Dios cuando oró: “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; … Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:20, 21, 26). El Cristo confirma nuestra unidad eterna con el Padre-Madre Amor que sostiene nuestro bienestar.

Nada puede separarnos de nuestra verdadera herencia —nuestra salud, provisión, pureza e inmortalidad— porque el Amor es infinito. El amor espiritual nos hace conscientes de nuestra unidad con Dios y de la salud, santidad y vida que trae. La armoniosa y omnipresente acción del Amor no deja espacio para la acción desordenada de la enfermedad. El Amor sostiene invariable nuestro ser, y disuelve así las limitaciones que se cree acompañan la edad. El Amor abre nuestros ojos para contemplar la abundancia de bien que está a la mano. El poder del Amor perpetúa nuestra integridad y productividad eternamente.

En cualquier situación en la que nos encontremos, el Amor está ahí primero. Y en su presencia tranquilizadora no hay temor. Nuestra Madre, el Amor, está siempre presente, y nos eleva a la luz de la Verdad que revela nuestra plenitud. La curación resulta cuando humildemente aceptamos Su presencia y nos regocijamos en ella, como lo ilustra una experiencia que tuve.

Hacía tres días que estaba sufriendo. Oraba con diligencia, pero no podía encontrar una posición cómoda ni dormir. Hubo otros síntomas alarmantes y agresivos. Durante la tercera noche, mi oración se convirtió en sencilla humildad, cual una niña sentada en el regazo de su madre, sintiendo consuelo y paz. Entonces oí en mi pensamiento una voz maternal —tan tierna, la voz más amorosa que haya escuchado jamás— que decía: “Ven a Mí y yo cuidaré de ti”. 

No era que el Amor divino supiera que yo sufría, sino que debido a mi relación esencial con Ella, me cuidaba y apreciaba siempre. Era como si el Amor mismo estuviera diciendo: “Simplemente ven conmigo, te recibiré con Mis brazos abiertos, y te abrazaré y cuidaré siempre”. 

Una vez más, la voz en el pensamiento dijo con indescriptible bondad y dulce persuasión: “Ven a Mí y Yo cuidaré de ti”. El amoroso mandato era irresistible. Pensé: “Sí”. Sin esfuerzo alguno, me alineé con este tierno mensaje de Dios y me quedé dormida instantáneamente. Por la mañana, me desperté renovada, completamente bien. Todos los síntomas habían desaparecido. 

Este encuentro santo lleno de luz me reveló como nunca antes mi relación íntima con mi Padre-Madre, Dios. Descubrí que entretejida en esa relación está la energía divina del cuidado eterno, la presencia y el poder más reconfortantes y saludables. Fue impresionante tomar conciencia de la hermosa Madre Amor que sé que siempre está velando por mí, y por toda Su creación, con una dulzura que es divinamente pura y constante. 

El tratamiento de la Ciencia Cristiana está respaldado por un claro sentido del amor de Dios por nosotros: un humilde reconocimiento de nuestra unidad con el cuidado infinito del Amor. Es debido a que nuestro Padre divino nos ama perpetuamente que la curación es inevitable. Nada puede resistir el poder del Amor omnipresente. Es una presencia que da salud y no permite que nada nos haga daño, sino que nos brinda todo lo necesario para mantenernos seguros y bien.

Cuando se le pidió que describiera su propio trabajo de curación, la Sra. Eddy dijo: “Vi el amor de Dios rodeando el universo y al hombre, llenando todo el espacio, y ese Amor divino impregnó de tal manera mi propia consciencia, que amé con compasión propia del Cristo todo lo que vi. Esta comprensión del Amor divino dio expresión a “la hermosura de la santidad, la perfección del ser” (Ciencia y Salud, pág. 253), que sanó, regeneró y salvó a todos los que acudieron a mí en busca de ayuda” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. 1, p. 153).

En nuestra práctica de curación, ¡qué glorioso es contemplar el universo entero como la manifestación del Amor que expresa la acción infinita del Amor! Conscientes de que habitamos en ese universo espiritual, vemos el círculo eterno del ser armonioso, ininterrumpido en su desarrollo y abrazándolo todo en su alcance. Y esto trae curación a aquellos a quienes ayudamos. Ellos habitan con seguridad en el Amor divino, no como hijos de la carne con problemas, sino como hijos de Dios bendecidos con armonía y bien ilimitados. Reflejan esta herencia y resplandecen como testigos vivientes del Amor.

El Amor es imparcial, tiernamente envolvente, y sostiene, apoya y canta acerca de Su creación, desde lo infinitesimal hasta lo infinito. Ella te ama a ti y a todos con un afecto y cuidado perdurables que brindan todo lo necesario para el bienestar de cada uno. De hecho, el Amor perfecto ha diseñado todo lo que se requiere para que cada uno de nosotros sea útil, fructífero, saludable, feliz e inmortal, y glorifique a Dios ahora y para siempre. Regocijándonos en este Padre-Madre Amor, estamos bien. 

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