La pregunta surge de vez en cuando: “¿Por qué los Científicos Cristianos no ven a un médico ni toman medicamentos cuando necesitan sanar?”. En mi caso la respuesta es sencilla. Tengo más fe en Dios y en Su poder sanador, como lo demostró Cristo Jesús, que en cualquier otro medio.
Jesús fue el hombre que más personificó al Cristo, que Mary Baker Eddy define como “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 583). La curación espiritual, tal como Jesús la practicó, todavía está viva y activa en el mundo de hoy a través de la comprensión de la Ciencia Cristiana.
He llegado a confiar en la curación espiritual porque hallo que es más eficaz. Incluso en circunstancias extremas, el Cristo, nuestro Salvador, está siempre presente para sanar a todos los que recurren a él.
Fui testigo de un ejemplo de esto cuando me llamaron para recoger a mi hermana en el apartamento de un amigo. Debido a una relación desgarradora, había perdido la autoestima y estaba profundamente deprimida. También, durante algunos años había estado bebiendo para medicarse por el dolor emocional y se había vuelto dependiente del alcohol. Cuando me llamaron para ir a buscarla, parecía tener un colapso mental completo.
Cuando llevé a mi hermana a casa, me ofrecí a ayudarla de cualquier manera que pudiera. Como ella no era estudiante de la Ciencia Cristiana, primero me ofrecí a llevarla a un médico o a un psiquiatra para buscar ayuda. También sugerí que, si ella quería, podía comunicarme con Alcohólicos Anónimos. Y finalmente, también me ofrecí a llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por ella.
Ella no respondió. Durante tres días permaneció acostada con la cara presionada contra el respaldo de un sofá, sin comer ni hablar y rara vez se movía. Al no tener ninguna directiva de ella, le pedí a Dios que me mostrara cómo podía ayudarla. También le pedí que me ayudara a verla como Él la creó, a Su propia imagen, completamente pura, feliz y libre, no como la víctima quebrantada y miserable que parecía ser. Continué ofreciéndole comida y traté de consolarla, pero en vano.
Finalmente, al tercer día preguntó con una voz muy bajita: “¿Es demasiado tarde para llamar a un practicista?”. ¡Yo estaba encantada! Ambas habíamos sido criadas en la Ciencia Cristiana, y aunque ella nunca había abrazado externamente sus enseñanzas, vi esta petición como una chispa del Cristo, su verdadera naturaleza divina, dentro de ella.
Llamé a mi maestro de la Ciencia Cristiana, pero para mi consternación estaba fuera del país, y no podría comunicarme con él sino hasta 24 horas después. Colgué, sintiéndome frustrada porque mi hermana finalmente había pedido ayuda, y ahora no estaba disponible. Pero justo después de este pensamiento me vino un mensaje claro: “¡El Cristo siempre está disponible!”.
Abracé con alegría esta verdad. Un momento después escuché a mi hermana decir: “¿Qué hay para desayunar?”. Estaba sentada, animada y comunicativa. Al día siguiente fuimos juntas a la iglesia y luego a la casa de una amiga para almorzar. Durante mucho tiempo, mi hermana se había visto agotada y demacrada, pero ahora todos comentaban lo hermosa que era. Y era cierto: irradiaba un resplandor encantador.
Luego, pidió y comenzó a leer vorazmente ejemplares del Sentinel. Ella los estudió minuciosamente durante semanas. Al aprender más acerca de Dios y su relación con Él, comenzaron a producirse ajustes en su vida. Su autoestima se volvió más espiritualmente arraigada a medida que comprendía su verdadera individualidad: divina, segura y libre. Pronto, la relación poco saludable en la que había estado terminó.
Varios meses después, conoció a un joven maravilloso y trabajador. Él le propuso matrimonio unas semanas más tarde, y se casaron en menos de un año. Juntos criaron a tres hermosas hijas y ahora disfrutan de sus nietos. Eso fue hace 39 años, y mi hermana nunca ha vuelto a tomar alcohol.
Esta fue una hermosa ilustración del poder del Cristo, la Verdad, para sanar el corazón y liberar de la adicción. Pero me preguntaba cómo se había producido la curación, así que oré para comprender mejor cómo el Cristo había sido una ayuda tan instantánea.
Más tarde ese año, en la reunión anual de mi asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana, recibí una respuesta. Mi maestro explicó que cuando llamamos a un practicista para pedir ayuda, en realidad no estamos llamando a una persona, sino que estamos recurriendo al poder de Dios para sanar y salvar. En el caso de que el practicista no esté disponible, todavía podemos confiar en que el Cristo siempre presente, “el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. 332) responderá a la llamada.
Mi maestro tenía la certeza de que incluso cuando él estaba fuera, cualquier paciente que lo llamara recibiría ayuda, y había mantenido registros de las veces que esto había sucedido en su propia práctica. Con el permiso de mi hermana, le escribí agradecida y compartí su curación para que pudiera incluirla en sus registros.
Experimentar el poder sanador de Dios, como en este caso, me ha dado confianza para confiar cada vez más en Él con todas mis necesidades, grandes o pequeñas. Como dice la Biblia: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Estoy profundamente agradecida por esta curación, que es solo una de mis muchas razones para tener esperanza.
