Hace poco visité a una familia con dos niños pequeños. El hijo mayor era firme, confiado y tenía la atención constante de los padres. El más chico, en comparación, era apacible y estaba feliz de observar lo que estaba ocurriendo. Hubo bromas sobre quién “llevaría la voz cantante” en los próximos años y discusiones sobre los beneficios y dificultades de ser el primer hijo o el segundo.
Me hizo pensar en un tema con el que yo también había luchado cuando mis hijos eran pequeños. ¿Están nuestras vidas y experiencias predeterminadas por el orden en que nacemos? ¿No es nuestra herencia más que eso?
Si nos identificamos como mortales que viven en un mundo mortal, entonces estamos a merced de las limitantes teorías materiales sobre cómo puede ser nuestra experiencia. Pero la Ciencia Cristiana ofrece una comprensión diferente de nuestra verdadera identidad, de lo que nos hace quiénes somos. Nos fortalece para rechazar esa visión restrictiva de la creación e identificarnos como ideas espirituales creadas por Dios, la Mente divina. Como tales, la identidad y el potencial de cada uno de nosotros es único, ilimitado, inmortal y sostenido enteramente por Dios, nuestro Padre-Madre divino.
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