Hace poco visité a una familia con dos niños pequeños. El hijo mayor era firme, confiado y tenía la atención constante de los padres. El más chico, en comparación, era apacible y estaba feliz de observar lo que estaba ocurriendo. Hubo bromas sobre quién “llevaría la voz cantante” en los próximos años y discusiones sobre los beneficios y dificultades de ser el primer hijo o el segundo.
Me hizo pensar en un tema con el que yo también había luchado cuando mis hijos eran pequeños. ¿Están nuestras vidas y experiencias predeterminadas por el orden en que nacemos? ¿No es nuestra herencia más que eso?
Si nos identificamos como mortales que viven en un mundo mortal, entonces estamos a merced de las limitantes teorías materiales sobre cómo puede ser nuestra experiencia. Pero la Ciencia Cristiana ofrece una comprensión diferente de nuestra verdadera identidad, de lo que nos hace quiénes somos. Nos fortalece para rechazar esa visión restrictiva de la creación e identificarnos como ideas espirituales creadas por Dios, la Mente divina. Como tales, la identidad y el potencial de cada uno de nosotros es único, ilimitado, inmortal y sostenido enteramente por Dios, nuestro Padre-Madre divino.
En la Biblia, leemos que Dios creó al hombre —término que nos incluye a todos— a Su imagen, conforme a Su semejanza (véase Génesis 1:26). E Isaías se refiere a “todos los llamados de mi nombre [es decir, el de Dios]; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43:7).
Puesto que la Mente divina nos ha creado a todos, la relación más formativa es entre Dios y nosotros. Cada uno de nosotros tiene su propia y preciada correlación con el Divino. Nuestra naturaleza individual es el reflejo de la naturaleza de Dios, individual en un número infinito de maneras. Mary Baker Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Ego único, la Mente única o el Espíritu único llamado Dios, es la individualidad infinita, que provee toda forma y gracia y que refleja realidad y divinidad en el hombre espiritual e individual y en las cosas espirituales e individuales” (pág. 281).
Cuando dejamos que esta visión del hombre como espiritual —que refleja eternamente la bondad y la inteligencia de nuestro creador divino— tenga prioridad en nuestro pensamiento, las perspectivas limitantes se desvanecen, y demostramos mejor nuestro potencial innato, y ayudamos a los demás a demostrar el suyo también.
Hay una historia bíblica de un hombre llamado David y sus hermanos que es un caso interesante sobre el estudio del orden de nacimiento. David era el menor de ocho hijos y pasaba sus días pastoreando los rebaños de la familia; sus tres hermanos mayores luchaban en el ejército del rey Saúl. Sin embargo, aunque era el más joven y a veces subestimado, David sabía que Dios estaba con él y expresaba cualidades espirituales como confianza, valor y sabiduría tan plenamente que encontró el éxito de maneras inesperadas.
Por ejemplo, con las habilidades que había desarrollado mientras cuidaba de los rebaños, prevaleció sobre un feroz guerrero llamado Goliat que amenazaba con una matanza y destrucción. Más tarde, David se convirtió en un gran rey y sirvió a Israel con valentía durante muchos años.
Cuando mis hijos eran pequeños, eran muy populares las nociones que predecían el desarrollo de la personalidad basado en el orden de nacimiento. Los niños del medio, según las teorías de la época, tenían un camino más difícil en la vida. Lamentablemente, me interesé demasiado en todo esto, y cuando nació mi tercer hijo, me preocupaba que mi segundo hijo, ahora “el del medio”, estuviera destinado al fracaso de alguna manera. Me sentía muy mal.
Oré en busca de consuelo y la convicción de que este nuevo miembro de la familia solo podía traer bondad y alegría a todos nosotros. Mis oraciones afirmaron que todos los hijos de Dios están completos y son cabales por derecho propio, un estado que nuestro Padre-Madre celestial mantiene para siempre.
También visité a un amigo que me había enseñado mucho sobre Dios y la naturaleza de Dios. Esta persona había tenido una vida muy plena en muchas esferas y capacidades diferentes. Derramé mi triste historia sobre tener un “hijo del medio” y me pregunté qué debía pensar sobre todo eso. Hizo una pausa, me miró directamente y respondió: “Yo soy un hijo del medio”.
Ambos nos reímos, y fui sanada de todo el temor y la superstición sobre el orden de nacimiento de mis hijos. Sabía que cada uno de ellos tenía un propósito único ordenado por Dios que estaba determinado por Dios, el Amor divino, solamente. Y así se ha demostrado a lo largo de los años.
Podemos liberarnos de las teorías mortales que nos dominarían o limitarían, al identificarnos como los hijos e hijas espirituales de la Mente divina; hechos, mantenidos y bendecidos solo por el Espíritu divino.
