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“El Reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de noviembre de 2023

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 5 de enero de 1957.


En un Estatuto muy querido por todo Científico Cristiano, Mary Baker Eddy dice: “Será deber de cada miembro de esta Iglesia orar diariamente: ‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y los gobierne!” (Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 4). Ella no se limita a decir que cada miembro de La Iglesia Madre debe orar de esta manera cada día, sino que será su deber hacerlo.

Es bueno repetir esta oración siempre en la forma exacta que nuestra Guía la da. Pero para que sea algo más que palabras, necesitamos reflexionar sobre ella hasta que hagamos nuestra su belleza y su poder espiritual transforme nuestra vida. ¿No señalan las palabras iniciales “Venga Tu reino” el hecho de que el reino de Dios ha llegado y puede demostrarse aquí y ahora, tal como lo indica la Sra. Eddy en su interpretación espiritual del Padre Nuestro? (véase Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 16.) De hecho, la Ciencia Cristiana revela que nunca hubo un momento en que el reino de Dios no fuera establecido divinamente como el solo y único reino.

La pequeña palabra imperativa “haz” reprende con autoridad divina la resistencia de la llamada mente carnal, que define al hombre como mortal, y exige que demostremos la verdadera identidad del hombre a semejanza de Dios.

Un reino implica soberanía continua. Por lo tanto, “el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos” no es la efímera autoridad de un momento; no es algo que pueda ser extinguido o aplastado por los embates del error. El reino de la Verdad, la Vida y el Amor indica la ley de Dios ya establecida y que se aplica por sí misma, la ley por la cual la Mente dice YO SOY. Y esta ley hace imposible que el hombre sea un pecador mortal, una persona enferma, sensible, impetuosa, farisaica, porque el hombre jamás es ni más ni menos que la idea de Dios. Él es siempre espiritual, es decir, hermoso, majestuoso, grandioso.

 La ley de Dios gobierna el universo y abraza a toda la humanidad. No hay afectos hambrientos en la infinitud del Amor; no hay voluntad humana rebelde y precipitada bajo el gobierno de la Mente. En la medida en que se demuestra “el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos”, se satisfacen los afectos hambrientos de la humanidad, y se aquieta el tumulto de la tierra. La Ciencia Cristiana revela que Dios es la Mente del hombre. Por lo tanto, no hay millones de mentes finitas gobernadas por una sola Mente, sino una sola Mente, Dios, quien, al gobernarse a Sí Mismo, gobierna el universo. “El reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos” hace que el mal sea imposible.

Cristo Jesús demostró este reino. Demostró que no hay dos estados del ser contrapuestos, uno bueno y otro malo, uno real y otro irreal, uno espiritual y otro material. Él contempló al hombre a semejanza de Dios, por siempre espiritual, sin pecado, puro y libre, y no reconoció a ningún otro hombre. Sobre esta base destruyó la mortalidad; sanó a los enfermos y reformó a los pecadores.

La experiencia humana es una mezcla ficticia de vida y muerte, bien y mal, Espíritu y materia, una creencia de dos estados opuestos del ser, que existen en el mismo reino y al mismo tiempo. Este dualismo recibe un fuerte reproche cuando se recuerda que la palabra “dos” puede remontarse al latín “duo” y al griego “dyo”; y que el prefijo griego “dia”, que es similar a “dyo” y que originalmente significaba “dividirse en dos partes”, es la raíz de las palabras “diabólico”, “diablura”, “diablo”. Además, es interesante notar que el significado original de la palabra griega para pecado es “errar el blanco”. La diabólica sugestión de que el hombre ha caído de la perfección y es a la vez material y espiritual no responde a la marca de la Verdad y es el pecado original el que exige arrepentimiento, o un cambio de pensamiento.

El hecho es que el hombre no tiene Mente, sino que Dios es la base de la reforma, hecho que debe ser demostrado. La forma habitual de pensar —y vivir— en conformidad con el Principio divino es lo único que evidencia el establecimiento del reino de Dios en nosotros. Las suposiciones de los cinco sentidos físicos no dan ninguna indicación de la verdadera naturaleza del hombre; mientras que el sentido espiritual revela su unidad indisoluble con su Hacedor, su integridad, perfección y vida eterna.

El término “magnetismo animal” se usa en la Ciencia Cristiana para designar todo error. Animal se refiere a la corporeidad, la carne opuesta al Espíritu; magnetismo implica la supuesta y falsa atracción hacia el materialismo, “erra el blanco”. La verdad de la individualidad espiritual del hombre y de su identidad divinamente establecida, declarada, comprendida y practicada día tras día, destruye las supuestas pretensiones del mal y demuestra que el Espíritu, Dios, es el único Ego.

El Científico Cristiano no ignora el mal. Él sabe que toda pretensión del mal debe negarse específicamente. Por ende, no se entrega a las ilusiones ni a la superficialidad de la semimetafísica. Él no tolera el pecado ni se entrega a sus falsas pretensiones. No se contenta con hacer declaraciones científicas de la verdad y vivir en contra de ellas, porque esto sería un engaño y se haría el mayor daño a sí mismo. Sabe que mientras una pretensión del mal permanezca en creencia, la Verdad seguirá siendo su negación específica. Por lo tanto, el estudiante de la Ciencia Cristiana maneja el error en lugar de dejar que este lo maneje a él. Lo supera demostrando su nada. Está alerta al deber de defenderse diariamente contra la sugestión mental agresiva. Reconoce la necesidad de ser vigilante a diario, de negar vigorosamente las exigencias del pecado, y de afirmar y demostrar con inteligencia la unidad del ser, en una palabra, de revestirse de la Mente de Cristo.

El mesmerismo, el hipnotismo, la manipulación mental se basan en la creencia de que hay muchas mentes. Tipifican a la serpiente en toda su sutileza, y son destruidos por la gran verdad de que Dios, el Bien, es la única Mente. Al reflejar esta Mente, podemos declarar con convicción espiritual que el magnetismo animal no tiene persona o personas a través de las cuales o sobre las cuales actuar, ninguna ley que lo respalde, ninguna voluntad que lo motive. No hay mente que manipular, no hay poder que pueda poseer, porque Dios, el único Ego, la única Mente, es el único poder, presencia y acción.

El tratamiento en la Ciencia Cristiana es la operación de la ley de Dios. En “Escritos Misceláneos”, en un artículo que denuncia vigorosamente la espuria pretensión de la ley material, la Sra. Eddy dice (pág. 258): “En el Génesis espiritual de la creación, toda la ley radicaba en el Legislador, el cual era una ley para Sí mismo. En la Ciencia divina, Dios es Uno y Todo; y al gobernarse a Sí mismo, gobierna al universo. Ésta es la ley de la creación: ‘Mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón’. Y esa Mente infinita gobierna todas las cosas. Sobre este Principio infinito de libertad, Dios se nombró, YO SOY”. Y añade: “El nombre YO SOY, no indicaba ninguna personalidad que pudiera igualársele; pero sí declaró una poderosa individualidad, o sea el Padre eterno, como consciencia infinita, presencia eterna, omnipotencia; como toda ley, Vida, Verdad y Amor”. La Ciencia Cristiana revela que toda la fabricación de la materia y sus supuestas leyes es una mentira. Así demuestra la omnipotencia del Espíritu y establece el reino de los cielos.

La Ciencia Cristiana no tolera concesiones. No podemos acumular el error hablando de él, pensando en él, estudiando las formas que asume, observándolas y temiéndolas, y luego esperar demostrar protección en la Ciencia Cristiana. No es prudente acumular enfermedades aceptándolas como reales cuando su curación en la Ciencia Cristiana depende de demostrar que son irreales. No podemos recurrir a remedios materiales ni dividir nuestra fe entre el Espíritu y la materia, Dios y las riquezas. Con sencilla franqueza, la Ciencia nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde estás?”. Jesús dijo (Lucas 9:62): “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.

En la Ciencia no nos lanzamos a ciegas contra la niebla. Nos elevamos por encima de ella. Como estudiantes de esta Ciencia, es nuestro deber consagrar el pensamiento a los hechos espirituales de la existencia. Con este fin, necesitamos estudiar los escritos de nuestra Guía con diligencia, porque en ellos se revela la totalidad de Dios y la nada del mal. Estos escritos nunca se vuelven obsoletos, nunca llegan a su fin, ni jamás los superamos. Son la revelación directa de la Verdad. Necesitamos amarlos, apreciarlos, estudiarlos, reflexionar sobre ellos.

Ciencia y Salud es el libro de texto; contiene la declaración completa de la revelación. No hay pregunta, nacional, internacional, económica, social, física, metafísica o personal que no tenga su respuesta dentro de la verdad de sus inspiradas páginas, no hay problema que no tenga su solución. Los que perciben su importancia espiritual reconocen que está al lado de la Biblia y que estos son los dos libros más grandes de todos los tiempos.

El Manual de la Iglesia expresa la ley divina en su aplicación al gobierno de la Iglesia que fundó la Sra. Eddy y a la guía de sus miembros. La Sra. Eddy nos dice que el propósito del Manual es formar y proteger el pensamiento en ciernes (Manual de la Iglesia, Art. XXXV, Secc. 1). Necesitamos nuestro Manual; debemos reconocer su inspiración, comprenderla, amarla, obedecerla.

Los otros escritos de la Sra. Eddy aclaran el libro de texto y el Manual e ilustran la aplicación y demostración de estos por parte de nuestra Guía. Estos preciosos escritos son la herencia inestimable del estudiante.

El Científico Cristiano sabe que puede satisfacer las demandas de esta hora sólo si pone todo el peso de su pensamiento, conocimiento y ser del lado de la Verdad. No hay una posición intermedia. Ser personas buenas, devotas o amorosas no es suficiente. Un sentido personal de bondad no demuestra el Principio divino del hombre. La Ciencia Cristiana silencia el sentido personal; revela que el Ego es la Mente y el hombre es la semejanza de Dios. La totalidad de Dios es Su unicidad indivisible, la unicidad que incluye todo ser, seguro y protegido en el ritmo del Espíritu.

“El reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos” está aquí; su dominio está establecido. Mediante la alerta e incansable vigilancia, purificación propia, oración y demostración, pongamos en evidencia este reino en nuestra vida diaria. Demostremos que la Mente divina descarta todo pecado y no deja nada en nosotros que “no dé en el blanco” y responda a las demandas del mal. Entonces aparecerá el hombre a semejanza de Dios, y se encontrará que el Amor divino alimenta los afectos hambrientos del mundo, suministrando a toda la humanidad su propia paz y satisfacción inestimables. En la sagrada quietud del sentido espiritual, la tierra está reverberando incluso ahora el eco del Espíritu: “Tu reino ha venido”.

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