Puede ser frustrante, o hacernos sentir encarcelados, estar encerrados dentro de un lugar o que nos dejen fuera. Cuando inadvertidamente trabé la puerta de mi oficina desde adentro antes de salir y cerrarla, y luego tuve que obtener unos papeles para realizar una tarea urgente, darme cuenta de que alguien tenía la llave maestra que podía abrir la puerta fue un tremendo alivio.
A veces puede parecer que muchas puertas en la vida están cerradas para nosotros; quizá cuando buscamos un trabajo, que nos acepten en una escuela, encontrar un hogar, cuando tratamos de escapar de la pobreza o exploramos diferentes tratamientos para un diagnóstico preocupante. Qué tranquilizador es saber que hay una llave maestra que puede abrir cualquier puerta y llevar a la resolución de cada problema humano. Esta llave maestra es el Cristo.
¿Qué es el Cristo? La Biblia ofrece la visión que Jesús dio. Dijo de Abraham, patriarca del Antiguo Testamento, quien vivió siglos antes que él: “se regocijó esperando ver mi día, y lo vio”, y agregó: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy” (Juan 8:56, 58, LBLA). Esto revela un hecho fundamental: El Cristo, la Verdad, tan plenamente expresado en la vida de Jesús, es eterno e incorpóreo. El Cristo no se limita a una persona, tiempo o lugar en particular, sino que es la influencia divina inmutable del poder de Dios que abarca todo, el cual, si bien es divino, se aplica a toda necesidad humana.
Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, escribe sobre la evidencia práctica que el Cristo ofrece: “Era la presencia viviente y palpitante del Cristo, la Verdad, que sanaba a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 351). Entonces, ¿cómo podemos experimentar la actividad sanadora siempre disponible del Cristo incorpóreo? ¿Cómo podemos ver su efecto beneficioso y aplicación universal en nuestra experiencia actual, similar al que se muestra en la analogía de la llave maestra?
Primero, al aceptar que el Cristo, la Verdad, no está fuera de nuestro alcance. El relato bíblico de la mujer que sufría de hemorragia y a quien muchos médicos no habían podido sanar ilustra esto. La mujer, buscando curación, extendió la mano y tocó el manto de Jesús y fue sanada instantáneamente. Jesús entonces le informó que era su fe, más bien que la cercanía y el contacto físicos, lo que había producido la curación. Nuestra fe nos permite experimentar la actividad sanadora del Cristo como “una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. xi). La fe en Dios es un primer paso crucial.
La fe se convierte en comprensión espiritual a través del estudio consagrado de la Palabra de Dios, y hace que nos volvamos confiadamente con todo nuestro corazón a Dios en oración y pongamos en práctica lo que aprendemos. La Ciencia Cristiana enseña el fundamento metafísico, cristianamente científico del ministerio de Jesús, que cualquiera puede aprender. Sus reglas están establecidas en Ciencia y Salud. Abre la puerta a la libertad, las oportunidades correctas y la curación permanente. Comprender estas reglas hasta cierto punto, y adherirse a ellas, permite a cualquiera acceder a esta llave maestra que desentraña el proceso metafísico que transforma el carácter y sana la enfermedad. También resuelve innumerables asuntos complicados, como lo demostró una experiencia reciente.
Mi esposo enfrentó lo que parecía ser un obstáculo insuperable al tramitar sus documentos para viajes internacionales. No había una manera obvia de hacer que las cosas avanzaran, y mucho menos acelerar el proceso. Entonces, me volví a Dios, el Espíritu divino infalible que gobierna no solo a los individuos, sino también a los gobiernos. Al recurrir a Dios en oración, me tranquilizó este versículo de Apocalipsis: “He puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar” (3:8, LBLA). En pocos días, las puertas que durante semanas parecían inexorablemente cerradas se abrieron sin esfuerzo.
Cualquiera puede aprender, a través de la comprensión obtenida del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, que la bondad, el poder y el amor infalibles de Dios se comprueban por medio de la actividad del Cristo universal, atemporal y liberador, la Verdad. Es por esa razón que la Verdad satisface todas las necesidades y puede aplicarse a cualquier situación humana. La autoridad divina que hizo prácticas las enseñanzas de Jesús es el Cristo. También es nuestra autoridad. A medida que comprendamos mejor la importancia del ejemplo de Jesús y nos esforcemos por seguir, tan fielmente como podamos, el camino de salvación que trazó para la humanidad, encontraremos, paso a paso, que el Cristo, la verdadera idea de Dios, es capaz de resolver cada situación adversa. El Cristo revela que nuestra verdadera naturaleza es espiritual en este mismo momento.
Esta llave maestra divina abre sin esfuerzo todas las puertas cerradas. Ciencia y Salud declara: “La Verdad ha proporcionado la llave del reino, y con esta llave la Ciencia Cristiana ha abierto la puerta de la comprensión humana. Nadie puede forzar la cerradura ni entrar por alguna otra puerta” (pág. 99). Este reino, el reino de la armonía, está dentro de todos nosotros. La Ciencia Cristiana demuestra que todos tenemos acceso pleno y libre a la llave maestra que “abre, y nadie cierra” (Apocalipsis 3:7, LBLA).
Mediante la fe, el estudio, la comprensión espiritual, la oración y la confianza en Dios, empleamos esta llave. El Cristo no solo abre puertas que antes parecían cerradas, sino que, lo que es más importante, abre nuestros ojos para ver que realmente no hay puertas cerradas o bloqueadas. Podemos comenzar a demostrar nuestra libertad hoy.
Moji George, Redactora Adjunta
