Mi esposa llegó a casa un día con la noticia de que muchas personas en su trabajo recientemente habían dado positivo a COVID-19. Mi lugar de trabajo, una escuela, estaba experimentando lo mismo. Muchos estudiantes y maestros estaban ausentes. Había temor y preocupación de que todos fueran cada vez más vulnerables debido a las nuevas variantes del virus.
Fue entonces que intensifiqué mis oraciones en respuesta a la pandemia mundial. Me volví más devotamente a Dios, el Amor divino, en oración y protegí más conscientemente mis pensamientos del temor. El tema de la enfermedad estaba en todas partes. Tenía presente la magnitud del problema, por lo que silenciar la charla desalentadora o antagónica en la televisión o en línea era parte de mi esfuerzo de orar para mantenerme consciente del perdurable cuidado de Dios. También sentí que mis oraciones estaban abordando proactivamente la creencia común de que todos estábamos condenados a sufrir.
Entonces, una noche, me sentí terrible. Tenía los mismos síntomas que las noticias habían estado informando. Continué orando, sabiendo que solo hay una Verdad, una Vida: Dios, el bien. En obediencia a las políticas de mi escuela, llamé al director y me aconsejaron que me hiciera una prueba de COVID. Di positivo al virus, así que el director me pidió que me mantuviera fuera de la escuela diez días. Ni por un instante sentí que la oración me había decepcionado. Había tenido muchas curaciones a través de la Ciencia Cristiana, y sabía con certeza que Dios cuidaba de mí en ese momento; no debía tener miedo. Continué volviéndome totalmente a Dios en oración. Sabía que una prueba y sus resultados no definían mi salud o mi verdadero ser como hijo de Dios.
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